Los pliegues del planeta

EE

El mundo, en su calidad de pañuelo, si se tensa de un lado se arruga del otro. Un terremoto japonés replica en Chile, la ceniza de un volcán escandinavo oscurece el cielo asiático y pareciera que, del mismo modo, los estallidos sociales repercuten en distintos lugares del planeta. El fenómeno social o cultural, desde esta perspectiva, se comporta como un elemento discreto dentro del conjunto universal de los fenómenos naturales. Atendiendo a sus propias reglas, cabalga los mares y se dispersa. Mucho se habló en estos días sobre la relación que existe entre los "indignados" españoles y el "cacerolazo" argentino. A primera vista, se hermanan en el carácter espontáneo y en el espíritu militante por encima del partidario, pero se diferencian en un eje radical. En la Argentina, la protesta tenía como objetivo central a los actores de la política, mientras que en España se condena al sistema: "Que se vayan todos" vs "Democracia Real ya". Es un largo viaje que atraviesa culturas y economías donde se le añaden y se le quitan matices al estallido, como el Tsunami que inunda Tokio adquiere la forma de terremoto para arrasar Santiago. Sin embargo, como un sismógrafo social, las ondas del descontento pueden remontarse como las huellas impresas en la nieve.

El cacerolazo que sacudió Argentina en el año 2001, de génesis burguesa, desató el colapso de la institucionalidad democrática recuperada veinte años atrás. El vaciamiento y la demonización de las imágenes políticas, condujo a que un "desconocido" como Néstor Kirchner, ganara las presidenciales del 2003 como primera minoría en el ballotage. Contaba con el beneplácito de su cara "nueva" en la política, y una honrosa defensa de los intereses santacruceños en la bochornosa coparticipación federal impulsada por Cavallo, pocos meses antes de que despegara el helicóptero con De la Rúa a bordo. Eduardo Duhalde, último de los Presidentes interinos tras el fracaso de la Alianza, convocó a ese hombre para vencer a su antiguo líder de fórmula, Carlos Saúl Menem, y quedarse con el poder a través de su nuevo pupilo. Solo un compuesto tan extravagante cocinado en el fragor de las cacerolas, pudo arrojar como resultado que el ultraconservador pueblo argentino votase a un zurdo como Presidente. Lejos de lo que podía esperar Duhalde, el pingüino no solo desobedeció sus órdenes sino que se ganó la simpatía de aquellos quienes, por carencia, no habían sido afectados por los estragos del corralito. El hombre plantó su posición frente a la O.N.U, invitó a los organismos de D.D H.H a participar en el proyecto de país, descolgó los cuadros de los genocidas, reactivó la economía y abatió a la bestia mitológica de la tragedia nacional: canceló la deuda con el FMI. Así, el movimiento iniciado con el quejido de las cacerolas, desembocó en un fenómeno impensado para los propios "cacerolistas" y que al cabo de una década replica en el corazón de España, indignada por el déficit fiscal que ya no puede ser cubierto por el pago de la deuda de países como el nuestro.

Hoy, como siempre, el mundo es un pañuelo.


 

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