Capítulo III: “¡Forasteros!”

¿¡Cómo que marchando al Concejo?!, preguntó una mujer que lavaba ropa en el río. ¡En reclamo de los pergaminos!, agregó el joven que le había dado la noticia, y la mujer corrió a su casa para dejar la ropa y unirse a la marcha. Caminaban por la Calle de los Concejales, la única empedrada en todo el pueblo, que llevaba hasta el Gran Kur, como se conocía al edificio del concejo. Kalo caminaba al frente, acompañado por el joven que apoyara su propuesta. ¿Cómo te llamás?, le preguntó, y en voz muy baja, para que lo escuchará solamente él, Mikon le respondió su nombre. Kalo lo tomó de los hombros y lo obligó a mirar atrás. La muchedumbre se había transformado en multitud y a cada paso se sumaban más croétnicos. No sé por qué lo habrás hecho, pero te lo agradezco, le dijo.

El Gran Kur era un edificio lujoso para el promedio de Croetnia, se decía que albergaba muchas habitaciones. La puerta, de la mejor madera del bosque, estaba trabajada con cinceles y homenajeaba los grandes bienes de Croetnia: El río, el bosque, la cascada, las montañas, las orquídeas y el rostro de Musal. Dos candiles de hierro que siempre estaban encendidos, custodiaban la escalera de roca por la que se llegaba hasta la puerta. Kalo ascendió al primer peldaño, y con la mano en alto, le pidió a la gente que se detuviera. Ocupaban todo el playón y las últimas cuadras de la avenida. ¡Concejo el pueblo está aquí reunido, tenemos mucho de qué hablar!, gritó Kalo, y el eco de las montañas reprodujo su llamado hasta el infinito. Tras un instante de silencio, se oyeron los goznes de la puerta del Gran Kur. XinoX, el Mayoral, asomó la cara. ¿Y a ti, Kalo, hijo de Aton y nieto de Bardar, te han elegido como su voz? preguntó, y con sus ojos negros, diminutos pero penetrantes, interpeló la posición de Kalo al frente de la comitiva. En Croetnia, la palabra de un Mayoral estaba por encima de la ley. Kalo observó al gentío reunido a sus espaldas. No podía calcular cuántos eran, pero estaba seguro que al menos la mitad del pueblo. ¿Podríamos entendernos si hablásemos todos juntos? le contestó al Mayoral, que en un gesto de cólera se le crispó la barba blanca y tupida. ¡Insolente!, le gritó a Kalo, y sin dar explicaciones le pegó un portazo a todo el pueblo de Croetnia. Hubo confusión mientras retumbaba el sonido pesado de la puerta, pero Kalo, otra vez seguido por Mikon, avanzó y con el puño cerrado golpeó a la sagrada puerta del Concejo. ¡Queremos respuestas! gritó Mikon, que convencido de todo, vivaba a la gente. "Queremos respuestas. Queremos respuestas. Queremos respuestas…", cantaba el pueblo de Croetnia, y Kalo golpeó otra vez. Se sorprendió, y la multitud se llamó a silencio, cuando fue Parktok quien abrió la puerta. Su cuerpo alto y desgarbado de siempre, parecía vencido. Estaba ojeroso y su semblante apesadumbrado. El resto de los concejales salieron del Gran Kur y se acomodaron tras él. Parktok se sentía desnudo frente a la multitud. Levantó su mano, blanca y descarnada, y pidió que se hiciera silencio. Vengo a hablarles…vengo a hablarles porque me siento arrepentido, muy arrepentido de haber pronunciado palabras que hasta para mí son un dilema. Cuánto tiempo habrán esperado, cuántas ilusiones sobre el Pasado de nuestro pueblo, para que un viejo asno les arruine el final de la historia con una interpretación equivocada. No, no, no. No reclamen por lo que yo dije anoche que no hace más que confundir y desviar, reclamen por lo que los ofende… dijo levantando la voz, y entonces XinoX, con un paso elegante, se interpuso entre el Jardinero y el pueblo para ordenar "en nombre del Concejo", que cada uno regresara a sus hogares. ¡No! Nadie se va a mover de aquí hasta que no empecemos a hablar sobre los pergaminos, se opuso Kalo, pero entonces una voz femenina hacia el fondo de la multitud gritó una palabra, una reliquia verbal que aquellos que pensaban como Kalo, o su padre o el propio Parktok, veían como la prueba irrefutable de un pasado distinto al que enseñaba el Concejo. "¡Forasteros!", gritó la señora.

Dos hombres bajaban a los tumbos por la ladera de la montaña. Eran delgados y de pelaje rubio. Parecían poco adaptados al hábitat de las montañas, porque apenas apoyaban los pies sobre las rocas, se caían y rodaban hacia abajo. Parktok, desoyendo las órdenes de XinoX, empezó a caminar hacia ellos. ¡No sigan a ese hombre!, ordenaba el Mayoral, pero Kalo empezó a correr y Mikon arengó a la gente para que lo siguiera. Los forasteros dieron unos pasos sobre la planicie y cayeron al suelo. Kalo fue el primero en llegar a socorrerlos, tomó a uno por los hombros y notó que respiraba con dificultad. ¡Trae agua!, le ordenó al primer hombre que llegó tras él. La delgadez de los forasteros no era racial, como parecía a la distancia, sino que estaban desnutridos. En los brazos y en las piernas, tenían marcas recientes de mordeduras humanas, como si se hubiesen atacado entre ellos. Uno de los dos murió antes de que el agua le humedeciera la garganta, pero el otro respondió. Tosió y pidió con un gesto que le dieran más agua, dijo algo, pero nadie pudo entenderlo. Pronunciaba de una manera extraña, con sonidos predominantes de la lengua y el paladar. Para no discutir con XinoX lo trasladaron al hogar de Kalo, cercano al gran Kur. El hombre convulsionaba y tenía los ojos en blanco cuando ingresaron, Kalo lo llevó junto al fuego y lo arropó. Diba, junto a sus hijos, entró apenas después que ellos. ¿Cómo está?, le preguntó a Kalo. Tiene que comer, respondió él y le ofreció el cordero que había quedado en el fondo de la cacerola. El hombre devoró ese plato con la voracidad de un lobo. El gris agónico de su cara se convirtió en una palidez que revelaba vida, pero no paraba de temblar. Afuera, los curiosos abarrotaban las ventanas. Parktok ordenó cerrarlas todas, y salió un momento a la puerta. No pienso hacer con él lo que los Concejales hicieron con los pergaminos, pero ese hombre necesita descansar. Es un animal y está aturdido. Cuando salvemos su vida, todos sabremos quién es y de dónde viene, pero hasta entonces: aléjense, dijo, y volvió a la casa para atender al desconocido.

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