CABA 2011: Criterio de Realidad



Hace unos días escuché a la presidenta - palabra que en la escuela me enseñaron que no poseía género - hablar en un reportaje sobre la diferencia entre "administrar" y "gobernar". Paralelo a esto, existe la creencia popular de que si una persona maneja bien una empresa, ergo, manejará bien un Estado. Una empresa, por definición, es un bloque compacto con el objetivo de ganar. Dinero, en su caso, pero ganar, y según este enfoque "Suntzuniano" de la vida, para ganar hay que organizarse como para la guerra. La empresas, al menos las del siglo XXI, tienen la estructura férrea y vertical del ejército. El Gerente dicta una orden y los soldados la ejecutan. En el estado, por el contrario, el objetivo es gobernar, no ganar, y para eso se necesita flexibilidad en las líneas. Imaginemos que soy el dueño de un kiosco, y para probar, le compro al proveedor veinte caramelos de kiwi que después no le vendo a nadie. ¿Cuándo el proveedor vuelve, le pido más? La respuesta lógica sería: "No, estoy poniendo plata en un producto que no genera ganancia". En el estado, indefectiblemente, hay que poner plata en ese tipo de empresas y una de ellas es el Htal Borda. A diferencia de otros hospitales, los pacientes que se internan requieren de un tratamiento prolongado, y en muchos casos, nunca logran reinsertarse en la sociedad. Desde el punto de vista financiero es un vertedero de activo que cualquier empresa cancelaría en el término de una semana, como los caramelos de kiwi. Pero el estado no solo tiene que cubrir esa pérdida, sino que privilegiar el cumplimiento de ese pago al ofrecimiento de una inversión jugosa. El objetivo del estado no es ganar, es cumplir. La flexibilidad de las líneas, implica recibir una orden superior y aplicarla mediante el uso del criterio. Un "Administrador de Estado", un empresario al servicio del gobierno, es aquel que mira a su pueblo con un criterio estadístico. "Si el Borda es un barril sin fondo, deshagámonos de él". Y así funciona. En una empresa del Siglo XXI, la idea es abaratar los costos para engordar el activo y, eventualmente, comprar otra empresa más chica o poner una sucursal. Esto, como podrán apreciar, no es viable para un estado. Lo único que un estado puede comprar, por fuera de los insumos, es deuda. Un empresario que piensa el estado en esos términos, yuxtapone acciones en bonos y juega a la ruleta con el capital de todos en la bolsa de comercio. Si le va mal pagamos nosotros y si le va bien se la llevan ellos. ¿Cómo es posible que la mitad de la ciudad haya votado a Macri?

Vox populi, vox dei , dice un antiquísimo refrán al que yo adhiero. El 47. 1 % de los votantes en el distrito electoral de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, coincide en que después de cuatro años de gobierno, la mejor opción es seguir confiando en Macri. Tan contundente que hace quedar en ridículo al balotaje. La mayoría democrática de la ciudad prefiere a Macri, eso es una realidad que no se discute pero que debe interpretarse. 47.1 % representa cientos de miles de personas, muchas de ellas trabajadoras. De ese inmenso grupo que componen los votantes del PRO, una cantidad significante sufre en carne propia la lógica del neoliberalismo: Su sueldo es menos lucrativo de lo que significa su aporte para la empresa en que trabaja. Sin embargo, a la hora de elegir un gobernante se inclinan por el que le asegura esa desigualdad. Pareciera una tontería, algo descabellado, pero ocurrió la semana pasada. Muchas personas que se quejan en su laburo, fueron y votaron a Macri. Lo único que se me ocurre para explicar esta paradoja es que muchos se quejan de la posición que les toca ocupar en el sistema, pero tienen la esperanza, en muchos casos transferida a sus herederos, de que en algún momento van a pertenecer a ese selecto grupo que vota a Macri por convicción. La matemática del neoliberalismo implica que muchos la van a pasar mal, pero los que la pasan bien, la van a pasar de lujo. El ideal social del siglo XXI es el de la vida lujosa (véase Tinelli, SG, etc.) y esa posibilidad, aunque remota para la inmensa mayoría, quien la asegura es el PRO. "El lujo es vulgaridad", sin embargo muchos llenaron las urnas con la fantasía de, algún día, manejar una Ferrari por Corrientes. Yo, humildemente, preferiría que el transporte público funcionase mejor y que la justicia social, aunque sacrifique lujo, equiparase la balanza.

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