Capítulo 1: La Bienvenida


Andaba en una bicicleta cross de asiento largo con cuchuflines prendidos en los rayos de las ruedas. Era petiso y chueco. Usaba una gorra azul con la propaganda de Molykote, de la que escapaban unas crenchas negras y grasosas. Tenía el mentón cuadrado corrido monstruosamente hacia adelante y los ojos como dos granitos de arroz en el fondo de unos "culo de botella" con marco de metal plateado. Usaba Topper rojas sin medias, pantalones cortos y una camisa de arpillera.
- No sé cuándo va a volver Mike, ¿ustedes lo conocen?
- Si – contestó mi amigo, que era el único de nosotros que conocía a Mike -. Venimos de Buenos Aires.
- Ah. ¿Y sabía Mike que venían?
- No exactamente la fecha – respondió mi amigo -, pero yo lo llamé para avisarle.
- No me dijo nada. Pero bueno, pasen, pongan la carpa donde quieran y después arreglen con él.
El camping era un terreno pelado en el medio del monte, con una casa a medio construir y unos vestuarios inmundos sin agua caliente. Estaba a la vera de un camino de tierra y ubicado exactamente frente al Cerro Uritorco. Mike, el dueño del camping, era socio de un negocio inmobiliario en el conurbano bonaerense, pero lo había dejado todo para instalarse en Capilla y dedicar la vida al don de su mujer. Ella era una "contactada" que recibía mensajes de seres extraterrestres. El dueño de la cross era el empleado del camping de Mike, y se llamaba Aarón. En ese momento estaba solo. Mike y su mujer habían tenido una nena hacía poco, y estaban a cobijo del frío en su casa en la ciudad. Aarón no tenía otro trabajo que cuidar el camping y vender pan casero en un quiosquito que había en la entrada de autos. Volvimos con él una vez que armamos la carpa. Estaba anocheciendo y Aarón tiraba el cableado para que a la noche hubiera luz. Sobre la pared del frente de la casa habían pintados una serie de nombres, algunos conocidos de los dioses griegos y egipcios, pero otros desconocidos.
- ¿Qué son? – le preguntó uno de mis amigos.
- Son nombres de seres – respondió Aarón.
La palabra Seres es uno de los tantos eufemismos que se escuchan en Capilla para señalar a los tripulantes de los ovnis. Por supuesto no utilizan la palabra marcianos, sería una vulgaridad llamarlos de ese modo; ni siquiera extraterrestres utilizan. El grado cero, neutral y respetuoso, es la palabra "seres". Si uno le agrega el calificativo "de la luz", está diciendo otra cosa. Existe una teoría bélica que sostiene que hay dos tipos de seres: a unos se los conoce como grises, manejan naves de luces rojas y tiene el aspecto frío de los de las películas. Esta raza lo que quiere es conquistar la Tierra y otros, los blancos, con naves de luces blancas, parecidos a los de Cocoon, se oponen porque como son de una dimensión anexa a la nuestra, si los grises destruyen la Tierra también destruyen su planeta. Distinto es el eufemismo "Ser de Luz", que tiene más de santo que de extraterrestre. En esa teoría no se advierte la presencia de seres de la oscuridad, porque el Universo, exceptuando la Tierra, sería un cúmulo de Paz y Luz Interior. Quienes sostienen esta visión cohelista de los seres extraterrestres llegan a llamarlos Maestros, y los ubican en el registro el simbólico de Buda, Krishna o Jesús que por supuesto, también eran extraterrestres. En el camping donde estaba yo se respetaba la primera teoría, y dado que la esposa del dueño era contactada con algunos de los blancos, a ellos se los llamaba amistosamente "Muchachos". Pero Aarón no los llamaría así hasta saber quiénes éramos nosotros. Se empezó a largar cuando le preguntamos si era verdad lo que se veían luces.
- En un rato pasa el Expreso – nos respondió con un halo misterioso.
Su explicación sobre los motivos del Expreso fue un tanto aproximativa, pero nos dijo que todas las noches, ocho y media, pasaba una nave. Eran casi las siete y con el atardecer empezaba a hacer frío. Hasta ese momento había sido una tarde rara de julio, calurosa y de sol. Nos dividimos en dos grupos para buscar leña, y Aarón entró a la casa para preparar el mate. La leña de Punilla son espinos secos que se encienden fácil, pero se consumen pronto. Llevamos una montaña de leña para asegurarnos una noche tranquila, hicimos el fogón y acercamos cinco sillas que encontramos desperdigadas por el terreno. Al rato cayó Aarón con el mate de jarrito y un termo de plástico. Según el reloj era las 20:31.
- ¿¡Y!? – le preguntó uno de mis amigos – ¿El Expreso?
- No siempre es tan puntual – respondió el encargado del camping, y cebó el primer mate con azúcar.
Menos el que tomaba el mate, el resto mirábamos para arriba. Un cúmulo plateado de estrellas parecía desprenderse del espacio; un panorama difícil para distinguir al Expreso. Aarón prendió la linterna y se alejó unos pasos de la luz del fuego – Voy a avisarles que estamos – nos dijo.
La linterna era un cascajo de plástico berreta, pero que alumbraba como un puntero sobre la pizarra del cielo. Con el movimiento suave de la muñeca, Aarón empezó a dibujar formas. Un ocho invertido – símbolo del infinito -, un gran círculo rodeando las estrellas, un triángulo grande y otro menor adentro.
- Es una contraseña cósmica – nos enseñó.
Con el resplandor del fuego no podía verle la cara, pero la insistencia en repetir los signos y el apuro con que comandaba la linterna, hacían pensar que estaba preocupado. Nos levantamos para hacerle compañía y al primero que se acercó, Aarón le encajó la linterna. – A ver si a vos te escuchan – le dijo a mi amigo. Con cierta incomodidad hizo el infinito, el círculo y los dos triángulos: nada se movió en el cielo. Aarón le corrigió las señas y le pidió que intentara de nuevo. Aunque esta vez fue más prolijo, tampoco obtuvo respuesta. Por último Aarón tomó la linterna e hizo las señales con el pulso de un ruego. – Algo está pasando – dijo. Con pasos largos volvimos al fogón y se reinició la ronda de mate. La explicación de Aarón, otra vez, no fue sino somera; pero esta vez por el apuro. Nos explicó que, a veces, las naves no podían materializarse en nuestra dimensión por miedo a un ataque enemigo. De cualquier modo, la ausencia del expreso no era habitual y sea lo que fuere que estaba pasando debía ser grave. – Voy a ver si lo encuentro a Mike – nos dijo, se subió en la bicicleta y bajó a toda velocidad alumbrando el camino con la linterna.
En silencio, escuchando crepitar la leña, nos quedamos solos en el monte esperando el fin del mundo.
- Voy a traer el licor – dijo uno de mis amigos, y todos estuvimos de acuerdo.

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