Capítulo 7: La Escuelita de Aarón


Entre dormido y despierto escuché las voces de mis amigos, las risas. Nos habíamos quedado hasta tarde porque después de esas luces que descendieron detrás de las Gemelas habían aparecido otras, menos estremecedoras, pero igualmente válidas. Habíamos discutido en la intimidad de la carpa sobre la vida después de la muerte, la existencia de Dios y también sobre la invasión de las hormigas. Uno de los cierres de la carpa estaba roto y no teníamos defensa contra la tozudez de los insectos que con todo el campo a su disposición, decidían pasar exactamente por ahí. Durante la noche habíamos emparchado con cinta la fisura del cierre, pero sabíamos que era un dique precario.
- ¡Vas a volar el camping a la mierda! – escuché implorar a uno de mis amigos, lo que me rescató de la profundidad del sueño hacia la claridad de una conciencia preocupada.
Día a día, el orden de la carpa se deterioraba, y aunque siempre usábamos la misma ropa, a esa altura era difícil encontrarla. A medio vestir por el apuro, salí al encuentro de un mediodía frio y nuboso. A poca distancia de la carpa, uno de mis amigos estaba de cuclillas inspeccionando el hormiguero. Había encontrado en el galpón una botella de kerosene y estudiaba las condiciones para la "solución final". Explicaba – lo había visto en un documental - que todos los hormigueros del terreno debían estar interrelacionados por túneles subterráneos, por los tanto con una buena cantidad de kerosene era probable eliminar a la colonia. Más allá de la vaguedad de sus argumentos y la súplica de mis amigos, cuando me acerqué y vi en su mirada el goce y la determinación, asumí que estaba decidido. Nos hicimos a un lado mientras, con la precisión de un cirujano, vertía el líquido azul por el ojal de la tierra. Hubo un último pedido de Habeas Corpus, desesperado, que intentaba manipular la fibra sensible del verdugo pero no hubo caso. Un trozo largo de algodón sirvió de mecha y la explosión llegó a nuestros oídos como el barullo de una cañita voladora. Todo pasó en un segundo. Las hormigas brotaron del agujero con la desesperación de quien busca un bote salvavidas. Había cierta jactancia en la cara de mi amigo que caminaba hacia el hormiguero para dimensionar el éxito del plan, pero las hormigas negras, ajenas a los vaivenes de la vida y de la muerte, salieron para trabajar en la restauración de las ruinas. Con sus tenazas y sus múltiples patas y antenas, recreaban sus dominios como hasta el instante previo a la explosión. Mi amigo se llevó la mano a la cara y con el ensimismamiento de un ermitaño, se acarició la barbilla.
- Divide y reinarás – dijo, y caminó hacia la garrafa donde estaba el azucarero.
Su nuevo plan consistía en llevar mediante el cebo dulce y granulado un batallón de hormigas coloradas, hacia el hormiguero de las invasoras negras. Justificaba su accionar en el saber popular de que las hormigas coloradas son las que pican, y en una teoría autoproclamada que sostenía que las hormigas coloradas y las negras eran rivales por naturaleza, como los perros y los gatos o los blancos y los grises en el plano de los seres de otra dimensión. Fue entonces que tomó vigor la hipótesis de la peregrinación al Dios-Hormiga. Mi amigo que la sostenía siguió todo el camino de las hormigas a través del cierre descosido y observó que no existía un orificio de salida en la caverna de las mochilas, ni en otro rincón de la carpa. Las hormigas entraban y se quedaban allí, solemnes, a la espera de la presencia de su Dios.
- ¡La fe mueve montañas! – fue la frase escogida por mi amigo para disuadir al otro de su plan de exterminio, mientras el tercero, práctico y efectivo, remendaba nuevamente el cierre con una cinta más gruesa y la prolijidad de no hacerlo a las tres de la mañana. Saneado el asunto de las hormigas, fuimos adonde estaba Aarón.
El mediodía nublado acechaba con la amenaza de tormenta. Aarón, sentado en un tronco con vista hacia el camino, hacía el gesto en el borde de sus lentes de quién ajusta un largavista. Desde aquella primera impresión un tanto desconfiada de la bienvenida, habíamos logrado un trato fraternal con el empleado del camping. Era un hombre de risa fácil y de actos decididos, como arrojar a la calle el cassette de Sepultura que uno de mis amigos había puesto en su equipo que reproducía Enya. Teníamos un trato cordial con Aarón, de complicidad adolescente aunque nos separara poco más de una década. Su explicación para el juego de manos con los lentes fue que estaba esperando a Cecilia B., su alumna. Varios puntos de esa respuesta echaban más sombras que luces, y sin embargo todos tenían la misma explicación. Esa tarde, bajo el invierno frío como el no de la mujer amada, Aarón no confesó que era un ser extraterrestre y que al ajustar sus lentes lo que hacía era prolongar el alcance de su vista. Con absoluta seriedad nos comentó que el libro "Ami, el niño de las estrellas", estaba basado en la historia de su vida. Todavía hoy, extendiendo el índice y el meñique como si hiciera los "cuernitos", se comunicaba con su gente. Esos dos dedos eran transmisores, mientras el mayor y el anular, ocultos bajo la palma, actuaban como receptores. Nosotros, en un silencio azorado, simplemente lo mirábamos. Releía una carpeta de hojas rayadas escritas de su puño y letra que le salía redonda, prolija y apretada. Su misión en esta tierra era desparramar la sabiduría de su pueblo, y para eso contaba con su Escuela Universal, donde cada alumno era iluminado en su esencia. Esperaba a Aniuk, nombre cósmico de Cecilia B., que estaba un poco demorada. Uno de mis amigos, mientras Aarón estiraba su vista por el camino de tierra, ojeó la carpeta. Le llamó la atención un dibujo que recordaba al hombre de Da Vinci, pero que alrededor de su cuerpo tenía enroscada una serpiente.
- ¿Qué es? – le preguntó a Aarón.
El empleado del camping dejó de mirar la lejanía, y no trasmitió ni recibió información mientras nos daba la respuesta. El ser humano, como lo explicaban las corrientes del yoga y el hinduismo en general, guardaba en su primer chakra la energía necesaria para despertar al Ser Universal, fundamento de la existencia y expresión trascendental de nuestro paso por la experiencia cósmica a la que llamamos vida. Esa energía, representada por una serpiente, duerme en el chakra ubicado en el perineo y para despertarla – según la Escuela Universal de Aarón -, el método era el sexo anal impartido por parte de un Maestro o Iniciado como él. Lo dijo con entera responsabilidad, como quien mira para arriba y asume que va a llover.
- ¡Ahí viene Aniuk! – dijo contento mientras ajustaba su mirada para enfocar a la alumna que caminaba a la vista de todos.
Cecilia B. (Aniuk) venía con su cuaderno bajo el brazo y una sonrisa angelical que iluminaba la tarde nublada. Nos saludó a todos y se disculpó por la demora.
- El micro salió con retraso – se quejó.
No era una belleza. Sus facciones la hacían parecida al cantante de Los Violadores y su cuerpo esmirriado bajo el polerón negro y los pantalones de gimnasia no eran para darse vuelta en la calle. Pero era una mujer joven y agradable, con la voz profunda de una actriz. Su fascinación por ese "mundo más allá del mundo" que enseñaba Aarón era absoluta. Los vimos entrar juntos a la casa y empezamos a caminar hacia el pueblo con la excusa de aprovisionarnos para lo que quedaba de la estadía. Caminamos en silencio hasta que no alejamos del camping.
- ¡Un aplauso para Aarón! – gritó uno de mis amigos, y en el anonimato de la calle vacía celebramos el ingenio popular.

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