La Lista

Acto I

Un café antiguo. Ingresan Juan y Augusto; se sientan enfrentados. Piden dos café.


Juan: ¿Ahora podés explicarme por qué cazamos un carpincho?
Augusto: ¿No te lo había explicado ya?
Juan: No, me dijiste que para vos era “tan importante” que merecía su lugar en La Lista; pero no me explicaste por qué.
Augusto: ¿Por qué? Porque cazar un carpincho era el prototipo de todas mis cuentas pendientes. Era algo que de chico quería hacer y nunca lo había hecho.
Juan: Está bien. ¿Pero por qué un carpincho?
Augusto: ¡Ah!, porque una vez me llevaron a una estancia, y escuché relatar a los peones la cacería de un carpincho. Me pareció fantástico, y juré que en algún momento de mi vida yo también iba a animarme.
Juan: ¿¡Animarte!?
Augusto: Lo escuché cuando era chico, y pensé que hablaban de un animal aterrador.
Juan: Si fuese tan aterrador no se llamaría carpincho.
Augusto: ¿Por qué? El león podría llamarse carpincho, y seguir siendo el rey de la selva.
Juan: No, si se llamase carpincho hubiese abdicado por pudor.(ríen) Bueno, entonces nos queda solamente un día.
Augusto: ¿Qué? ¿Hoy ya terminamos?
Juan: ¿Nos faltó hacer algo?
Augusto: No sé. Vos tenés la lista.
(Juan lee un documento)
Juan: Sabés que si. No lo vas a poder creer, pero nos faltó robar el enano de jardín.
Augusto: ¡¿El enano?! ¡¿Justo el enano?!
Juan: ¡Que fue lo único por lo que no discutimos, mientras hacíamos la lista!
Augusto: Es que para nosotros ese enano, es como la cacería del carpincho para mí.
Juan: Sabés que yo vi uno hoy.
Augusto: ¿Dónde?
Juan: Al lado del puertito, ahí donde vendían el Pan Dulce.
Augusto: ¡Pero eso fue en la Isla Martín García!
Juan: ¡Ya sé! No te dije nada porque pensé que después del mundial íbamos a encontrar otro.
Augusto: ¡Estamos en Corrientes y Libertad, pelotudo! ¿Dónde pensaste que ibas a encontrar un enano de jardín?
Juan: ¡Qué se yo…! pero pará: Lourdes me dijo que vivía en Caseros.
Augusto: ¿Quién?
Juan: Lourdes, una de las chicas.
Augusto: ¿La negra?
Juan: No, la china.
Augusto: ¿La china se llamaba Lourdes?
Juan: Si, y vive en Caseros.
Augusto: ¿Pero que tiene que ver con nosotros?
Juan: Sale a las 06.00; y en Caseros debe haber muchos enanos de jardín.
Augusto: También en Palermo.
Juan: Si, pero Caseros no conocemos.
Augusto: ¡Tampoco está en la lista conocer Caseros! Hacelo en el día libre si querés.
(Se acerca el mozo)
Augusto: ¡Jefe! ¿Sabe donde puedo encontrar un enano de jardín?
Mozo: Hay uno atrás del mostrador.
Augusto: ¿Atrás del mostrador?
Mozo: Si. Al patrón lo echó la mujer, y tuvo que mudarse a un departamento. Le dio pena tirarlo.
Augusto: ¿Y por qué se lo llevó?
Mozo: ¡Qué se yo! Pero si lo quieren, ahí está.
Juan: No, esta bien. Necesitamos uno que se pueda robar.
Mozo: Si quieren miro para otro lado.
Juan: No, tiene que ser robado de verdad.
Mozo: Como quieran. (Se aleja)
Augusto: Ya vamos a encontrar otro. ¿Mañana como viene?
Juan: A ver… mañana nos juntamos a las doce en Chacarita para conocer la tumba de Gardel. Después, a eso de las dos, tenemos los títeres en la escuela…
Augusto: ¡Eso es una boludez!
Juan: Pero es a beneficio.
Augusto: ¿A beneficio de quién, te acordás?
Juan: ¡Qué importa de quién! Eso ya lo discutimos. Dijimos que íbamos a hacer beneficencia y punto.
Augusto: Esta bien, tenés razón ¿Después que sigue?
Juan: Nada, después es el día libre.
Augusto: ¡Ah claro, ya “es” el día libre! ¿Que vas a hacer vos?
Juan: Probablemente vaya a conocer Caseros.
Augusto: Dale, en serio te pregunto.
Juan: Te estoy diciendo la verdad.
Augusto: ¿¡Vas a ir a la casa de la china!?
Juan: Si.
Augusto: ¡¿Tan buena te pareció que estaba?!
Juan: No es eso. Quiero conocer su intimidad.
Augusto: ¡Ni aunque quieras conocer a la hija va a querer que vayas a su casa!
Juan: ¿Tiene una hija?
Augusto: No sé, es una manera de decir.
Juan: De cualquier modo, voy a convencerla.
Augusto: ¡Pero te va a costar carísimo!
Juan: Dijimos que por la lista no escatimaríamos en gastos.
Augusto: Si, está bien; pero gastar en eso… ¿Qué pensás encontrar?
Juan: Un regalo.
Augusto: Justamente ¿Vas a pagar por un regalo?
Juan: No, voy a pagarle a Lourdes para que me ayude a encontrarlo.
Augusto: ¡¿De que carajo estás hablando?!
Juan: En realidad, lo que voy a buscar es “como” un regalo. Un paquete que recién cuando lo abra voy a saber de que se trata.
Augusto: ¿Y si no te gusta qué hacés? ¿Lo podrás devolver?
Juan: No creo, en el escaparate de la vida no se aceptan devoluciones; ¿pero vos ya decidiste que vas a hacer?
Augusto: Voy a pasar la noche con Mara.
Juan: ¿Mara…? ¡Mara!
Augusto: Si, esa Mara.
Juan: ¿Pero cuanto hace que no la ves?
Augusto: Diez años.
Juan: ¿Y sabés algo de ella?
Augusto: Si, su dirección.
Juan: ¡¿Nada más?!
Augusto: Ni nada menos.
Juan: ¡Y que pensás hacer! ¿Golpear la puerta y decirle que la venís a garchar?
Augusto: Si, pero en un tono más sutil.
Juan: ¡¿Vos estás loco?! Yo a la china le pago y listo, lo tuyo es complicado en serio.
Augusto: Ya sé que me la juego, pero es mi primera novia.
Juan: Todos pensamos que la primera novia es especial, sin embargo es de lo más común.
Augusto: No, no es solamente eso. Yo con Mara tengo una cuenta pendiente. Aunque ella no lo sepa, para mí el primer amor sí es especial. Estuve enamorado toda la primaria de ella, y prometí que si algún día la besaba iba a dar una vuelta de rodillas a la Plaza de los Dos Congresos.
Juan: ¿Diste una vuelta de rodillas a la Plaza?
Augusto: No, porque cuando hice la promesa tenía ocho años, pero después, cuando la besé, tenía diecisiete. Ese día pensé que si daba la vuelta a la plaza, no estaba respetando el espíritu de la promesa; a los ocho uno piensa que lo máximo es besar, y aunque te parezca mentira, yo nunca llegué a acostarme con Mara.
Juan: ¡¿Nunca?!
Augusto: Una vez estuvimos a punto, pero no se que pasó y después nos peleamos. El hecho es que todavía no pude dar la vuelta, y esa es la cuenta pendiente de mi vida.
Juan: ¿Cuándo decidiste que ibas ha hacerlo en tu día libre?
Augusto: Nunca lo decidí, siempre lo supe. (Llama al mozo, y le paga la cuenta)
Mozo: Seré curioso… ¿Pero para qué quieren un enano de jardín?
Augusto: ¿Usted nunca se vio tentado de robar uno?
Mozo: No.
Augusto: Bueno, nosotros si; desde chicos.
Mozo: ¡Pero son las cinco de la mañana y están en pleno centro! ¿Justo ahora se les ocurre hacerlo?
Augusto: No, hace dos semanas decidimos que íbamos a hacerlo hoy.


Acto II


Una amplia sala de mosaicos rojizos y paredes blancas en salpicré. Juan y Lourdes están sentados en un sofá de cuerina ajada. Acaban de tener sexo.

Lourdes: Viniste hasta acá para hacer lo mismo que hubiésemos hecho allá. ¡Vos estás loco!
Juan: Te equivocás. Pasé a buscarte por el trabajo, vine con vos hasta tu casa y después hicimos el amor. Es lo más parecido a una pareja que tuve en mi vida.
Lourdes: ¿Entonces somos novios?
Juan: No. Ahora llega la parte en que me querés echar.
Lourdes: ¿Y qué? ¿Eso no pasa en todas las parejas?
Juan: A mí me dijeron que no.
Lourdes: ¿Quién te lo dijo?
Juan: Una amiga.
Lourdes: Qué te quería garchar.
Juan: ¿Crees que lo dijo por eso?
Lourdes: ¿Después garcharon?
Juan: Si, y me echó más rápido de lo que lo estás haciendo vos.
Lourdes: Yo no te quiero echar.
Juan: Pará que me estas haciendo confundir.
Lourdes: ¿Por qué?
Juan: Te voy a hacer una pregunta, y quiero que la respondas con total sinceridad: ¿Actuarías distinto si estuvieses honestamente enamorada de mí?
Lourdes: Creo que si…
Juan: ¿Y por qué?
Lourdes: ¡Que se yo! Porque estaría enamorada…
Juan: ¡Ves, justamente!: Eso que es evidente para uno mismo, para el resto es invisible. Eso es el amor: Una vaga noción del interior, que es invisible para el mundo.
Lourdes: ¿Pero qué querés decir con eso?
Juan: Quiero decir que si no te hubiese pagado juraría que estás enamorada de mi.
Lourdes: Y, dicen que soy una profesional...
Juan: ¿Del engaño o del amor?
Lourdes: ¿Hay alguna diferencia?
Juan: ¿Ahora entendés porque digo que me estás haciendo confundir?
Lourdes: ¡Pero estás peleado con el amor!
Juan: Prefiero pensar que es él quién se peleó conmigo. Sé de esa vaga noción del interior, porque alguna vez estuve enamorado.
Lourdes: Pero ella no.
Juan: Creía que si hasta que me hiciste acordar a ella. ¿Sabés? Ahora que lo pienso, ella también era una profesional; pero no como vos. Ella era un poco más sutil…
Lourdes: ¡Hombres! No saben distinguir un diamante de un carbón. Tuviste al lado una mina que era puta solo para vos, y la echaste a perder porque creías que te engañaba. ¿Cómo pueden ser tan pelotudos?
Juan: ¡No fue tan así!
Lourdes: No, ya sé. Se pelearon cuando se enteró que vos le metiste los cuernos.
Juan: ¡¿También sos bruja?!
Lourdes: No, mi amor: los hombres son tan predecibles, que no hace falta ser bruja para saber cuando se van a mandar una cagada. Seguro que lo leyó en tu mail.
Juan: No, en mi celular.
Lourdes: Claro, ante la duda te muestro que yo también te cagué. ¡Macho argentino! Idiota.
Juan: Si me querés echar decímelo, no es necesario que lo hagas a patadas.
Lourdes: ¡Y cuando las cosas se les complican, escapan con un chiste! ¿Cómo puede ser que no necesiten más de diez minutos para aburrirnos?
Juan: Los hombres y las mujeres no nos entendemos...
Lourdes: ¡No! ¡Sos vos el que no me entiende a mí! ¿Ahora si parecemos novios?
Juan: Cruelmente afirmativo, Milady.
(silencio)
Lourdes: Bueno…
Juan: ¿Me estás echando?
Lourdes: Dame una razón para no hacerlo.
Juan: Que ayer estuve con una negra, una rubia, una china, una colorada; y de todas, te elegí a vos.
Lourdes: ¡No seas cursi!
Juan: Ves, las mujeres son tan predecibles como los hombres: No saben diferenciar un diamante de ellas mismas; pero ustedes son más complicadas: Nunca van a aceptar que es así, pero te acaricié un poquito el ego y todavía estoy acá.
Lourdes: Pero te puedo echar…
Juan: No mientras te diga que el fuego de tus ojos, es capaz de derretir la nieve de tu piel.
Lourdes: ¿Y acá es donde volvemos a la cama?
Juan: Si, para que en un rato vuelvas a querer echarme.
Lourdes: ¡Que feíto!
Juan: Viste, parecemos una pareja de verdad.
Lourdes: Mejor cambiemos de tema que yo todavía quiero creer en el amor. ¿Por qué eso de una negra, una china, una rubia…?
Juan: Porque hace una semana, Augusto y yo armamos una lista con todo lo que nos gustaría hacer y nunca habíamos hecho.
Lourdes: ¿Como se les ocurrió?
Juan: Borrachos, a las tres de la mañana en un boliche.
Lourdes: ¿Pero hicieron una lista en serio?
Juan: Si, mirá.
(Juan le extiende la lista. Lourdes la lee)
Lourdes: ¿Cazaron un carpincho?
Juan: Si, ayer a la mañana. A mí también me pareció una pavada…pero bueno, había que hacerlo.
Lourdes: ¡¿Nunca habían visto E.T?!
Juan: No, y nos pareció patética.
Lourdes: ¿Corrieron desnudos por un campo de girasoles? ¿Eso no es medio gay?
Juan: También barajamos la posibilidad del amor homosexual, pero al final no la pusimos en la lista.
Lourdes: ¿Por qué no?
Juan: Porque esto es como una lista de asignaturas pendientes; y no me pesa el hecho de no haberme acostado con un hombre. ¡Me genera curiosidad!, no lo niego; pero no tanta como para ponerla en la lista.
Lourdes: ¿Y si querían conocer un templo budista? ¡Qué aburridos!
Juan: Los hombres somos aburridos.
Lourdes: ¡No empecemos de nuevo!
(Se detiene sorprendida en la lectura)
Juan: ¿Qué pasa?
Lourdes: ¿Qué es el día libre?
Juan: Un día que nos tomamos para hacer aquello que solo puede hacerse en soledad.
Lourdes: ¿Te referís a esto? (señala el sofá cama)
Juan: Si, pero en un sentido profundo, romántico y existencial.
Lourdes: ¿Y qué hacés acá?
Juan: Te elegí a vos para completar todo eso.
Lourdes: ¿Estás enamorado de mí?
Juan: Si el amor fuese visible no tendría lugar esa pregunta.
Lourdes: ¡No me cambies de tema! ¿Estas enamorado de mí?
Juan: Podría llegar a estarlo en un futuro.
Lourdes: ¡No te podés enamorar de una puta!
Juan: Ya lo hice tantas veces…
Lourdes: ¡No seas idiota, esto es en serio! Es mucho más común de lo que imaginás, y siempre termina mal. Un hombre no puede casarse con una puta. Lo que es “para siempre” no es posible con alguien que te calienta de verdad.
Juan: ¿Si?
Lourdes: Quiero decir, si yo conociera alguien a quien calentara de verdad, le juraría mi amor eterno. Pero ustedes son distintos.
Juan: Amarías lo que vos provocás en el otro ¿No es como amarse a si mismo?
Lourdes: No sé. Vos sos el que piensa esas cosas, yo prefiero amar.
Juan: ¿Alguna vez te enamoraste de un cliente?
Lourdes: Tuve mis admiradores, pero no.
Juan: ¿Y afuera?
Lourdes: Dos veces.
Juan: ¿Y que pasó?
Lourdes: Nada, mi trabajo no es bueno para el amor.
Juan: ¡Ah, o sea que las putas también lo hacen por amor!
Lourdes: ¡Obvio!
Juan: Lo que para vos es obvio, para mi es un revelación. Pensé que hablabas de parejas anteriores al trabajo. ¿Cómo fue, les dijiste o te descubrieron?
Lourdes: Las dos cosas. Al primero no le dije y me descubrió. Fue horrible. Al segundo si le dije, y no le molestó. Fue cruel.
Juan: ¿Entonces no tenés posibilidades?
Lourdes: Las putas también creemos en el príncipe azul.
Juan: Pero los príncipes azules no visitan cabarets.
Lourdes: Vos sos un poco príncipe azul. No el mío, pero podrías serlo de alguien más.
Juan: Siempre hay un roto para un descosido…
Lourdes: No, en serio. Vos crees en el amor. Aunque lo niegues, no podrías vivir sino existiera algo como el amor.
Juan: ¿Y esa es la condición de los príncipes azules?
Lourdes: No, esa es tu condición para ser príncipe azul. Los hay de muchos tipos.
Juan: ¿Y cual sería el tuyo?
Lourdes: Uno con mucha plata.¡Yo nunca voy a dejar de ser puta! Como no elegí serlo, tampoco puedo decidir no serlo más. Fui puta siempre. De chiquita le bailaba a papá para que me compre golosinas; en el colegio, me acosté con todos los profesores…
Juan: Ustedes podrían dominar el mundo.
Lourdes: Lo hacemos, solamente que ustedes firman la decisiones que les hacemos tomar.
Juan: ¡Otro engaño! Ustedes creen eso porque nunca se detienen a leer el documento. Se encegucen con la rúbrica.
Lourdes: ¡Sos un tipo complicado!
Juan: Hoy estoy un poco complicado, por lo general no soy así. La lista me perturba un poco. Creo que hacer las cosas que siempre quise hacer, pero por obligación, las convierte en aburridas.
Lourdes: ¿Y no se te ocurrió pensar que eran aburridas de por si?
Juan: Si una negra, una china, una colorada y una rubia; te parecen un plan aburrido…
Lourdes: ¡Yo no soy China!
Juan: ¡¿Qué sos: Negra?!
Lourdes: Quiero decir: Soy “tu” china, pero en realidad soy japonesa.
Juan: ¿Y Lourdes cuanto te llamás?
Lourdes: Ramírez…
Juan: ¿Me estás cargando?
Lourdes: Mi mamá era japonesa…Kawauchi, de apellido.
Juan: Lourdes Kawauchi suena mejor.
Lourdes: ¡Para una moto!
Juan: ¡No, para el trabajo! Que la “china” se llame Ramírez es una decepción.
Lourdes: En el trabajo me llamo Akira…
Juan: ¿Y por qué a mi me dijiste que te llamabas Lourdes?
Lourdes: Porque se me ocurrió hacerlo.
Juan: Sabes que no era esa la pregunta. ¿Se te ocurre hacerlo seguido?
Lourdes: Esta es la primera vez que me pasa.
Juan: ¡Pará! Dormís en una semana con más hombres, de lo que yo con mujeres en mi vida: No me vas ha hacer creer que soy un tipo especial. Además, sentirse especiales no es bueno para los hombres. Nos hace felices un instante; pero a la larga termina corroyéndonos el interior. Si ustedes insisten, terminan convenciéndonos. ¡Nos convierten en mujer!
Lourdes: Mi vida, de todas las mujeres de este mundo, las únicas sinceras somos las putas. ¿Qué puedo obtener de vos, más que amor? Sos un amante apenas aceptable; no sos pobre, pero yo gano más que vos. ¿Por qué otro motivo te hubiese dicho mi nombre, si no fuese por amor?
Juan: ¿Estoy hablando con Akira o con Lourdes?
Lourdes: A esta altura ya me las confundo un poco.
Juan: A ver, si te creo, tengo que pensar que me señalaste a mí entre muchísimos hombres. ¿Vos sabés lo que asusta eso?
Lourdes: Sos “uno” que puede entretenerme un rato; no sos el “Uno” de verdad. Podés estar tranquilo, no pienso comerte.
Juan: ¿Y que pensás hacer conmigo?
Lourdes: Esa es una pregunta de mujer ¿Qué se siente?
Juan: Mucho más cómodo que ser hombre.
Lourdes: No voy a hacer nada que vos no quieras…Ni siquiera enamorarme de vos.
Juan: ¡Pero me estoy ganando el derecho a no ser echado!
Lourdes: Me estás haciendo olvidar que tengo que hacerlo. No sé si es lo mismo.
Juan: ¡No importa! A los hombres nos alcanza con eso.
Lourdes: ¿A los hombres o a vos?
Juan: A esta altura ya me los confundo un poco...
Lourdes: ¡Dijiste un chiste! ¡Eso significa que la pregunta te compromete!
Juan: Es que esa pregunta rompe todos nuestros códigos. Escudarse en el género es la condición para que podamos dialogar.
Lourdes: ¿Vos con quién querés hablar? ¿Con Lourdes o con Akira?
Juan: Es la misma pregunta que antes, pero planteada al revés.
Lourdes: ¡¿Vos con quién querés hablar?!
Juan: Quiero hablar con todas las mujeres que alguna vez amé. Por esta noche, sos Rosario, sos Mabel, sos Laura; y te pagué para asegurarme que vas a ser lo mejor de las tres. Quiero hablar con una ficción del amor. Con mí ficción del amor.
Lourdes: Entonces estás hablando con Akira.
Juan: Si, pero estoy intentando convencerla de que me presente a Lourdes.
Lourdes: ¿Para qué? ¿Qué pensás que pueda darte Lourdes, que no puede darte Akira?
Juan: ¡No importa! La quiero conocer igual.
(Lourdes se levanta y se abre el batón)
Lourdes: ¡Acá la tenés!
Juan: Si ahora, en este preciso instante, se me ocurriese darte un beso; nos acabaríamos enamorando para siempre.
(Lourdes, sutilmente avergonzada, vuelve a cerrarse el batón tras un instante de silencio)
Lourdes: Mejor no lo intentemos entonces. ¿Qué van ha hacer mañana, cuando se acabe la lista?
Juan: Nos juntamos en mi casa a brindar por la vida que se va.
Lourdes: Que lastima…
Juan: ¿Por qué?
Lourdes: Porque si armaban otra lista, podía conseguirles una china de verdad.
Juan: Está bien, gracias. Aceptamos imitaciones.(rien) Bueno, ¿querés que me vaya?
Lourdes: ¿Me lo estás ofreciendo gratis?
Juan: Si, y también te estoy poniendo en un apuro. Sin un motivo de peso, nadie rechazaría lo que es gratis. Si decís que no, no vas a dormir con alguien que no te animaste a echar; vas a dormir con alguien que no quisiste que se vaya.
Lourdes: Es que, en realidad, quiero que te vayas; lo que no te quiero es echar.
Juan: ¿Cuál es la diferencia?
Lourdes: La diferencia es que si yo te echo, nunca más te vuelvo a ver; en cambio si te vas por las tuyas, es posible que te deje regresar.
Juan: ¿Vos querés que vuelva?
Lourdes: Eso depende de cómo te vayas.
Juan: ¿Y si decido no volver nunca?
Lourdes: ¿Si decidís no volver nunca? Creo que acabaría olvidándome de vos.


Acto III


Un comedor, una mesa de fórmica azul y algunas sillas de caño negro tapizadas. Golpean a la puerta. Mara camina hacia allí vestida de entrecasa. Parece atareada. Abre la puerta, y sorprendida se queda observando el rostro de Augusto.

Mara: ¿Augusto…?
Augusto: Si, soy yo.
(Mara lo abraza con emoción, y lo hace pasar. Augusto se sienta a la mesa, Mara sale de escena y retorna con mejores ropas trayendo una jarra de café)
Mara: ¡¿Cómo averiguaste donde vivía?!
Augusto: Le pregunté a Toni.
Mara: ¿Y Toni como sabía?
Augusto: No, Toni no sabía; pero le preguntó a Javier; Javier le preguntó a Leticia, y ella si sabía donde vivías.
Mara: ¡Hiciste toda una investigación!
Augusto: Tenía ganas de verte.
Mara: ¿Tenías ganas de verme?
Augusto: Quería saber como estabas, que era de tu vida… ¡Hace diez años que no nos vemos, Mara!
Mara: ¡Si, ya sé! ¡Pero me sorprende igual! Quiero decir, me gusta verte después de tanto tiempo. Yo también, a veces, me pregunto que es de tu vida; pero nunca imaginé que lo iba a averiguar.
Augusto: ¡Yo pregunté primero!
(Mara ríe, recordando un viejo código de la pareja)
Mara: A ver… ¡Qué te puedo contar! Estudio arquitectura, trabajo para el municipio...soy mamá...
Augusto: ¡¿Sos mamá?!
Mara: Tengo un nene de tres años: Nahuel se llama. Ahora está con la abuela.
Augusto: ¡No puedo creer que seas mamá!
Mara: ¡¿Por qué no?!
Augusto: No sé, te veo… ¡Sos la misma “Mara” de siempre!
Mara: Pasaron diez años...
Augusto: Si, ya se. ¡Bah!, el almanaque dice eso, pero nunca nos llevamos bien.
Mara: Tenés menos pelo. Mirarte en el espejo es una buena forma de hacer las paces con el calendario.
Augusto: ¡Ves! ¡Sos la misma “Mara” de siempre! El almanaque nos engaña a todos.
Mara: No, a mi no. Ahora contáme, ¿Cómo se te ocurrió venir a verme?
Augusto: Ya te dije: Quería saber que era de tu vida.
Mara: Yo también quería; pero el que golpeó la puerta fuiste vos.
Augusto: Yo no tengo que ocuparme de un hijo...
Mara: Ah, entonces no sos papá.
Augusto: No.
Mara: ¿Falta de ganas o de oportunidad?
Augusto: Un poco de ambas.
Mara: ¿Sabés? Cuando pensaba en vos me lo imaginaba.
Augusto: ¿Por qué?
Mara: Estimo que por lo mismo que vos no me imaginabas mamá.
Augusto: ¡Con la diferencia que yo me equivocaba!
Mara: Yo tuve las ganas y la oportunidad. Me casé, y un año después lo tuve a Nahuel.
Augusto: ¡Ah! También estas casada.
Mara: Si.
Augusto: ¡Y no me invitaste!
Mara: No hubiese sido buena idea. No le caes en gracia a Miguel.
Augusto: ¿Por qué? Si ni siquiera me conoce.
Mara: Sabe de vos.
Augusto: ¡Ah, los conflictos que tiene con el almanaque...!
Mara: Y es un poco celoso.
Augusto: ¡¿Un poco?!
Mara: Bastante. Ahora está trabajando.
Augusto: ¿A que se dedica?
Mara: Maneja micros de larga distancia. A esta hora debe andar por Asunción.
Augusto: ¿Paraguay?
Mara: No; en Asunción, Groenlandia. ¡Claro que en Paraguay!
Augusto: ¿Y cuando lo volvés a ver?
Mara: En tres días.
Augusto: ¡Por eso es celoso!
Mara: No, siempre fue celoso.
Augusto: ¿Y por qué te casaste con él? ¡Pará! ¡No me respondas! No sé si quiero saberlo.
Mara: Tenés un problema serio con el almanaque.
Augusto: Estaba jugando...
Mara: Que juegos raros que aprendiste a jugar. Pero bueno, ¿en que estábamos?
Augusto: En que tu marido es celoso.
Mara: ¡No estábamos en eso!
Augusto: Bueno, pero era parecido.
Mara: ¡No! Estábamos en que no querías saber por que me casé con él.
Augusto: Veo que conservas tu buena memoria. No es que no quiera, pero que se yo, me da cosa...
Mara: ¡¿Cosa?!
Augusto: Celos...
Mara: ¡¿Celos?!
Augusto: ¡Si, carajo! ¡¡Celos!!
Mara: ¡Pero chulo...!
Augusto: ¡Cierto! ¡Me decías Chulo!
Mara: ¿Horrible, no?
Augusto: A mi me gustaba.
Mara: Pero ahora sos Augusto. ¡No podés sentir celos de mí!
Augusto: ¿Y vos como te sentirías si yo te contara?
Mara: ¡Hacé la prueba! Contáme.
Augusto: No, esta bien. Me pesa más a mí contarlo, que a vos escucharlo. Me volviste a ganar.
Mara: Como siempre. No me quedó claro por qué no te casaste.
Augusto: No sé, porque nunca se dio.
Mara: ¿Pero conociste alguna chica?
Augusto: ¡Pareces mi mamá!
Mara: O tu novia. ¿Pero en serio, conociste alguna chica?
Augusto: ¡Si, muchas! Pero ninguna con intención de casamiento.
Mara: ¿Ellas o vos?
Augusto: Por una cuestión estadística, asumo que yo.
Mara: ¿Pero te diste el tiempo suficiente con alguna?
Augusto: No es una cuestión de tiempo, es una cuestión de piel. Viste como es eso, cuando sabés que no es. Me pasó con todas.
Mara: ¡Ah, las elegiste bien!
Augusto: ¡¿Y vos por que elegiste a Marcos?!
Mara: Miguel.
Augusto: Miguel, ¿por qué lo elegiste?
Mara: Porque me dio lo que necesitaba en el momento que lo requería.
Augusto: ¿Y te lo sigue dando?
Mara: De vez en cuando.
Augusto: Por que está siempre de viaje.
Mara: No, podría seguir dándomelo.
Augusto: ¿¡Y como querés que haga, pobre hombre!?
Mara: Trayéndome un regalito de Asunción, por ejemplo.
Augusto: ¡Pero esa etapa ya pasó!
Mara: ¡Ay! Parece que volví diez años para atrás.
Augusto: ¡Yo nunca hice eso con vos!
Mara: ¿Y cuando lo aprendiste entonces?
Augusto: ¿Por eso me dejaste?
Mara: ¡¡Yo no te dejé!! ¡Vos me dejaste a mí!
Augusto: ¡Mentira! ¡Vos fuiste!
Mara: A ver, ¿Cómo fue?
Augusto: Estábamos sentados en una mesa de “La Paz”; Vos dijiste que te querías tomar un tiempo...
Mara: ¡Fuiste vos el que lo dijo!
Augusto: ¿Me estas hablando en serio?
Mara: ¡Claro que te hablo en serio! ¿No te acordás? Empezaste con eso de que necesitabas un tiempo para vos...
Augusto: ¡Yo eso lo dije por despecho! Para ese entonces, vos ya lo habías dicho antes.
Mara: Yo también dije eso por despecho.
Augusto: ¿Entonces? ¿Fuiste vos o fui yo?
Mara: La verdad que no me acuerdo, pero tenía la impresión de que habías sido vos. ¡Pero dale! Contáme algo tuyo.
Augusto: Bueno, a ver: Yo no fui papá ni estuve cerca de casarme. Estudié física. Me recibí, y ahora trabajo en un instituto de investigación.
Mara: ¿Y que haces ahí?
Augusto: Estudio los fenómenos eléctricos en el vacío.
Mara: ¿Y descubriste algo?
Augusto: No, no soy yo el que tiene que descubrir cosas. Soy una parte del proceso.
Mara: ¿Y qué parte te tocó?
Augusto: Trabajo en la cámara de vacío. Envío los impulsos eléctricos.
Mara: ¿Y que ves?
Augusto: Nada, los datos se almacenan directamente en un disco.
Mara: O sea que trabajás de “apretar un botón”.
Augusto: ¡Si, pero no sabés que bien lo hago!
Mara: ¡Apretando botones nunca vas a conocer una chica para casarte!
Augusto: Encontré muchas, Mara. No como para casarme… pero encontré.
Mara: ¿Pero alguna vez estuviste de novio, “novio”?
Augusto: Si, pero esa no es razón suficiente para casarse.
Mara: Para mi lo fue.
Augusto: Pero vos estabas enamorada.
Mara: ¿Cómo sabés?
Augusto: Primero porque en algún momento de la conversación lo mencionaste; y después porque estoy seguro que “Mara” solo se casaría por amor.
Mara: Ya te dije que pasaron diez años; no soy la misma “Mara” de siempre.
Augusto: ¿Y por qué te casaste, entonces?
Mara: ¡Pero que insistente con esa pregunta!
Augusto: Esta vez tiene un sentido completamente diferente.
Mara: Se escribe igual pero se pronuncia distinto, bien. Me casé porque me tenía que casar. No estaba embarazada, pero llegamos a un punto en que nos casábamos ó rompíamos; y decidimos casarnos.
Augusto: Dicho así pierde mucho de romanticismo.
Mara: Por eso nunca te vas a casar. No podrías dejar de ser amante para convertirte en marido.
Augusto: Con vos no fui ninguno de los dos.
Mara: Pero nosotros éramos chicos.
Augusto: ¡Basta Mara! Ya entendí lo que debés decirme. Ahora decime lo que querés.
Mara: ¡Ah, pero que orgulloso se me volvió el chulo!
Augusto: No puede ser que no te acuerdes de nada. Sé que ni siquiera tuvimos sexo, pero igual me molesta que te hayas olvidado de mí.
Mara: ¿¡Como que no tuvimos sexo?!
Augusto: No sé que entenderás por sexo vos, aunque si tuviste un hijo, estimo que lo mismo que yo. No tuvimos sexo, Mara.
Mara: Estaba convencida de que si…
Augusto: ¡Dale! Decime ahora que tampoco te acordás de eso.
Mara: ¡¿Pero vos como estás tan seguro?!
Augusto: Por que una vez prometí que si tenía sexo con vos, iba a dar una vuelta de rodillas a la plaza de los dos congresos; y nunca la di.
Mara: ¡¿Una vuelta de rodillas por mí?!
Augusto: Si Mara, por eso estoy tan seguro de que no pasó. Me hubiese quitado un peso de encima, pero te aseguro que no pasó.
Mara: ¿Y ahora pasaste para sacártelo?
Augusto: Sos terrible, pero sabés, no te creo que no te acuerdes de nada.
Mara: No me acuerdo de todas las batallas; pero me acuerdo de la guerra.
Augusto: ¡Ah! Lindo recuerdo.
Mara: ¡No! No quise decir que nuestra relación haya sido una guerra…
Augusto: ¡¿Nuestra relación?! ¿No es un título demasiado pretencioso para dos personas que no llegaron a la cama?
Mara: Yo te recuerdo como una relación. Una relación en la que pasó lo que tenía que pasar, en el momento en que pasó.
Augusto: ¡Parece que es cosa de hombres, nada más, pelearse con el calendario!
Mara: No sé si de hombres o de mujeres. Yo me llevo bien.
Augusto: ¿Pero que te pasó cuando me viste parado en la puerta? ¡Decime la verdad!
Mara: ¡Te estoy diciendo la verdad! Cuando te vi ahí parado, me dio como una cosita…
Augusto: Como mariposas en el estómago.
Mara: ¡No seas tarado! Me sorprendí cuando te vi.
Augusto: ¿Una sorpresa de placer o de disgusto?
Mara: ¡Que se yo! ¡Una sorpresa…! No sé que tipo, pero si, me puse contenta cuando te vi. De placer digamos…
Augusto: ¡Lo que te costó reconocerlo!
Mara: Bueno, tampoco es tan así...
Augusto: ¡Basta Mara, en serio! Te estoy rastreando hace una semana y una vez que te encuentro, tengo el coraje de golpear la puerta. No es justo que me recibas clavándome las garras.
Mara: Es que no podés aparecerte así como así, después de tantos años…
Augusto: ¿Hay otra forma de aparecer?
Mara: No hay otra forma; hay otro momento. ¡Justo ahora!
Augusto: ¿Ahora qué?
Mara: ¡Ahora que me estoy replanteando lo últimos diez años de mi vida!
Augusto: Así que no era, solamente, olvidarse un suvenir de Paraguay.
Mara: Ni sus celos.
Augusto: ¿Entonces?
Mara: No sé, tal vez tendrías que haber estado hace cinco años, cuando me casé. Ese día nadie me preguntó por que lo estaba haciendo.
Augusto: Si hubiese estado ese día, habría sido el que interrumpe la ceremonia para invalidar el matrimonio.
Mara: ¿Y que hubieses alegado como motivo de anulación?
Augusto: Prefiero callármelo por siempre.
Mara: El hecho es que no estuviste y las cosas así están.
Augusto: No irás a echarme la culpa.
Mara: No Chulo, no te voy a echar la culpa a vos. (Una lágrima corre por su mejilla)
Augusto: Nunca te vi llorar así.
Mara: Es que con vos no tuve que llorar por amor.
(El llanto se intensifica. Augusto duda, pero finalmente le acaricia la cabeza. Se acerca lentamente y la besa. Mara consiente brevemente, para luego separarse en un gesto de rechazo)
Augusto: Perdoname, Mara.
Mara: No, está bien.
Augusto: Es que parecés en serio la misma “Mara” de siempre. No pensé que me iba a pasar esto; pero te miro y es como si el tiempo no hubiese pasado.
Mara: ¡¡Pero pasó, Augusto!! ¡El tiempo pasó! ¡Yo tengo un hijo! ¡Vos trabajás apretando botones! ¡El tiempo pasó! ”Nuestro” tiempo ya pasó, Augusto…
Augusto: Yo pensaba lo mismo, Mara. Pero me acabo de enterar que nunca pude dejar de amarte.
Mara: No me hagas esto…
Augusto: ¿Qué no te haga qué?
Mara: ¡Esto, Augusto! Sos la parte más pura de mí. Sos un espejo que refleja mi inocencia. ¡Yo tampoco podría dejar de amarte! Pero prefiero hacerlo como un recuerdo. En mi vida, lo prefiero a Miguel. Lamento no poder ayudarte con la vuelta a la plaza.
Augusto: No importa. Ya no tendría sentido. Hace diez años cometí un error; te besé por primera vez.
Mara: ¿Y eso qué?
Augusto: Que de no ser por ese beso, ahora estaría dando la vuelta. Hoy soy menos ambicioso que a los diecisiete.

Acto IV

La casa de Juan. Un Living, mesa ratona negra, sillones y paredes blancas. Un enano de Jardín ríe al lado de la mesa. Juan está sentado en uno de los sillones bebiendo Whisky. Llega Augusto; su rostro enseña la derrota. Toma asiento. Juan sale de escena y retorna trayendo otro vaso de whisky. Augusto bebe un sorbo.


Augusto: No pude.
Juan: Te dije que era una apuesta fuerte.
Augusto: Pero tenía que intentarlo. Llegué hasta besarla.
Juan: ¿Y después que pasó?
Augusto: Apareció el marido.
Juan: Ah, lindo quilombo.
Augusto: No, no apareció de verdad. Ella lo hizo aparecer.
Juan: ¿Y vos no pudiste hacer nada?
Augusto: Hice todo lo que pude.
Juan: Pero no alcanzó.
Augusto: No, no alcanzó.
Augusto: Sabés, yo nunca voy a dejar de amar a Mara.
Juan: ¡Pero eso no está mal!
Augusto: No, lo que está mal es que soy incapaz de amar dos personas a la vez. Mara es mi condena. (Toma el enano de jardín) ¿Por qué con este fue tan fácil, y con ella no pudo ser?
Juan: Porque a este lo robamos. Seguro que a ella intentaste convencerla.
Augusto: ¿Eso significa que ellos son de piedra, o que yo soy de madera?
Juan: ¿Qué, el enano también es de piedra?
Augusto: Siempre te cayó mal Mara, y nunca supe por que.
Juan: De haber sido menos determinista, lo hubieses averiguado.
Augusto: ¿Por?
Juan: Porque crees que Mara me caía mal, cuando en realidad no me caía bien.
Augusto: ¿Y por que no te caía bien?
Juan: ¡Ves! Si hubieses sido menos determinista...
Augusto: Ahora no existiría Miguel.
Juan: ¿Miguel se llama el marido?
Augusto: Si, y lo raro es que puedo recordarlo solo ahora...
Juan: Que te sentís vencido por él.
Augusto: ¿Vos creés que es por eso?
Juan: El enfrentamiento es el modo masculino de ser Lilith.
Augusto: ¿De ser quién?
Juan: Lilith, la primera mujer de Adán. Creo que la conocí anoche.
Augusto: ¿Qué, Adán era separado?
Juan: Si, ese es el mal del mundo. Somos los hijos de Eva, la mujer que Adán no amó.
Augusto: ¿Y vos la encontraste?
Juan: Encontré una pieza de su procedencia.
Augusto: Una puta.
Juan: También a Lilith la convirtieron en puta. Un demonio que roba el semen de los hombres mientras duermen.
Augusto: Y, dicen que es la más antigua de las profesiones… Pero en realidad se equivocan: anterior es la del boludo. ¿Adán por qué la dejó?
Juan: Lo que es para siempre no puede ser con alguien que te calienta de verdad. Adán tuvo que elegir a Eva...
Augusto: Mara tuvo que elegir a Miguel.
Juan: En cambio Lourdes no pudo elegir. Ella siempre fue puta...como Lilith.
Augusto: ¡Pero entonces no encontraste nada en especial! Cualquiera puede ser Lilith.
Juan: No, solo algunas; y de ellas, las más sinceras, acaban siendo putas.
Augusto: ¿Pero que tiene que ver eso con “Miguel”?
Juan: El enfrentamiento, Augusto. Es la parte masculina de mostrar lo demoníaco, es nuestro fruto prohibido en el árbol del bien y del mal.
Augusto: ¿Y el femenino cual sería?
Juan: No sé, no lo pude averiguar.
Augusto: ¿Ese era el paquete que tenías que abrir?
Juan: Ese era.
Augusto: ¿Entonces? ¿Completaste la lista, o no?
Juan: Fui a Caseros para averiguar lo “femenino” que expulsó a Lilith del Edén, y descubrí que ese es el moño del paquete. Nunca podría averiguar el contenido de la caja, porque me da pena romper el envoltorio. Si, completé la Lista. Averigüe que la naturaleza femenina es como la identidad de Superman. Obvia, evidente, pero si se desenmascara se acaba con el show.
Augusto: Sabés, me hubiese encantado completar la lista
Juan: Vos no pudiste porque te ataba una promesa. ¡Deberían estar prohibidas! Uno promete en un momento, y después… ¿Quién sabe después? El mundo cambia, pero las promesas no.
Augusto: Nosotros prometimos cumplir con la lista.
Juan: ¡Y vez lo que pasa! Si no hubieses prometido nada.
Augusto: Si no le hubiésemos jurado lealtad a la Lista, nunca habríamos llegado hasta el final. Prometer es el único respaldo para lograr un objetivo con ese, y el nuestro era no volver a preguntarnos si se nos pasó el cuarto de hora.
Juan: ¡No era ese el objetivo de la Lista! ¿O si lo era?
Augusto: De un modo u otro, siempre lo fue. ¿Te acordás cuando lo decidimos?
Juan: Si, esa noche en el boliche.
Augusto: Lo decidimos cuando esa piba te dijo que iría con vos a cualquier lado menos a tu casa; que ahí debería estar durmiendo tu mujer.
Juan: ¡Yo me siento en hora con la vida!
Augusto: Si, el problema es que esa piba veía tu reloj.
Juan: ¡Me cago en esa piba! ¡Yo creo estar en hora!
Augusto: Lo decís ahora, que pudiste completar la Lista.
Juan: ¡Solo un ítem te faltó!
Augusto: Gracias por el consuelo, pero no es lo mismo Mara que E.T.
Juan: Ella es más parecida a Terminator, tenés razón.
Augusto: ¡Dale con Mara!
Juan: Es que realmente es como Terminator. Parece un ser humano, pero no lo es.
Augusto: ¡No la conocés como la conozco yo! Por eso decís eso. Si la conocieras te darías cuenta que es un ser humano de pies a cabeza. El mejor que conocí.
Juan: ¡Repetí eso!
Augusto: Que Mara es el mejor ser humano que conocí.
Juan: Estás exonerado entonces: Mara es la “madre de tus hijos”, eso invalida la promesa.
Augusto: ¿Por qué?
Juan: ¡No te das cuenta! ¡Nunca hubieses dado la vuelta! Así hubiesen dormido juntos, te habría pasado lo mismo que te pasó a los diecisiete, esperarías algo más. Casarse, tener hijos, verlos crecer, esperar a que se casen ellos, ser abuelos… ¡Ese es el lado masculino del pecado original! Ellas parirán con dolor, nosotros añoraremos siempre a Lilith.
Augusto: Yo no creo que con “Eva” uno no pueda ser feliz.
Juan: No se trata de ser feliz; se trata de dar la vuelta. Yo con Lourdes la hubiese dado ayer.
Augusto: ¡Pero mi peso era Mara! ¡Ni Lilith, ni la China: Mara!
Juan: Se llama Lourdes.
Augusto: ¿Te enamoraste de la china?
Juan: Digamos que al estilo Dostoievsky: No me enamoré de ella, sino de su dolor.
Augusto: ¿Pero que pensás hacer ahora?
Juan: El amor...
Augusto: ¿Con la china o con la puta, pensás hacerlo?
Juan: Me hiciste acordar a ella con esa pregunta, y se llama Lourdes.
Juan: ¡Ya se que se llama Lourdes! De hecho, se llama Lourdes por que nació cerca de Lourdes.
Juan: ¿Cómo sabés?
Augusto: Ella me lo dijo. La noche del mundial.
Juan: ¡¿Te dijo su nombre?!
Augusto: Si, me acordé recién. ¿Lourdes queda cerca de Caseros?
(Juan se detiene a pensar. Su rostro se descompone)
Augusto: ¿Qué te pasa?
Juan: Acabo de romper el envoltorio, y descubrí que el demonio femenino se parece mucho a la crueldad.
Augusto: Me parece que recién ahora completaste la Lista.
Juan: No Augusto, el diablo metió la cola y me robó el último ítem.
Augusto: ¿Perdimos entonces?
Juan: Otra vez.
Augusto: Es el estigma del enano.
Juan: Habíamos quedado en que el enano era de piedra. Este estigma es nuestro.
Augusto: ¿Brindamos?
Juan: Creo que no hay mejor ocasión para hacerlo.
(Juan sale de escena, y retorna trayendo una bandeja de plata con dos copas de champagne. Augusto toma una)
Augusto: ¿Por qué brindamos?
Juan: Yo voy a brindar por el tiempo que se fue. ¿Vos?
Augusto: Yo soy optimista: Brindo por el que nunca será.
Juan: ¡Por el amor, entonces!
Augusto: ¡Salud!
Juan: ¡Salud!
(Chocan sus copas, beben y vuelven a sentarse en el sillón)
Augusto: Estaba pensando. ¿Cuándo habrá sido que se nos pasó el cuarto de hora?
Juan: Creo que las campanadas del cuarto de hora doblaron esta noche con sonido de cristal.
(Los ojos se cierran y los cuerpos languidecen. Mueren por el efecto de un veneno letal)

Cae el telón. Fin de la obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buscar este blog