Otro día

La luz del sol ilumina el pañuelo. Es rojo, con flores blancas y amarillas. Ana María se lo acomoda y con elegancia saluda al Sabio Ulises. - Buen día – le dice. El Sabio sale del taller y le devuelve el saludo con una sonrisa. Cruza la calle. - ¡Qué lindo verla! – la halaga y estira la mano para ofrecerle un mate. Ella acepta la invitación. – Gracias, Ulises – le sonríe.
Él se limpia las manos con un trapo rejilla y la mira. - La noto distinta, Ana María ¿Usted se hizo algo? Ella responde que sí, que se pintó las uñas – Después de todo, un poquito de color… - añade. Hacía un año que se había muerto su marido.
El Sabio recibe el mate de la mano frágil de Ana María. Lo ceba y se lleva la bombilla a la boca. - Usted es joven, tiene derecho a rehacer su vida – le dice, y ella lo mira – Mejor, deme otro mate – le pide.
- Evidentemente: yerba hay – reflexiona el Sabio mientras lo ceba y se gana una sonrisa.
– Yerba hay, Ulises – afirma ella, y pregunta enojada si todo el barrio se había ido a la Costa
- ¡Y lo bien que hacen, Ana María! Lo bien que hacen - opina el Sabio.
Ella apura el mate y se queja. - Ayer no entró ni un cliente. ¡Ni uno! – dice señalando la verdulería -. El Sabio le sonríe - Son dos meses, nada más.
- ¡Si! ¡Dos meses en los que yo no dejo de pagar la luz, el gas, el agua…! ¡Para mí todo el año es agosto! - dice, y el Sabio asiente con energía - ¡Ahí está! Usted tiene que cortarla de una buena vez con el invierno. No puede ser que se quede ahí donde está toda la vida-.
Ana María lo escucha y levanta la vista al cielo. – Se necesita tiempo, Ulises. No es tan fácil.
- ¡Me imagino! – interviene el Sabio -, pero hace más de un año que falleció su marido.
- ¡No metamos a Osvaldo en esto! – pronuncia ella con la mano en alto, y Ulises se disculpa.
Una ráfaga de viento levanta el polvo de la calle. Ana María se sostiene el pañuelo. - Se viene la tormenta – dice.
- No me cambie de tema, Ana María – le responde Ulises y le da otro mate.
- ¡Qué quiere que le diga! – se defiende ella.
- Que me acepta.
- ¿Eso quiere?
El Sabio sonríe y saca del bolsillo del overol el paquete de cigarrillos - Sabe hace cuánto que lo espero.
Ana María abre la boca, sorprendida. Mira como el Sabio, nervioso, revuelve el mate con la bombilla.- ¿Mientras vivía Osvaldo, también? - le pregunta, y el Sabio la interrumpe para recordarle que no iban a meter a su marido.
- ¿Y por qué nunca me lo dijo? – pregunta ella.
En la calle, se escucha el timbre de la bicicleta del diariero. - ¡El domingo que viene les rompemos el culo, Sabio! – grita al pasar.
- ¡Vamos a ver qué pasa! – responde Ulises , y vuelve con Ana María – River anda bien – le confiesa cuando se aleja el diariero.
- ¿Usted de qué cuadro era, Ulises? – le pregunta Ana María.
- De Quilmes.
- ¡Claro! – se acuerda – Usted es de Quilmes…del barrio quiero decir.
- Si, se entiende. Pero volviendo a lo nuestro… -
– ¡No se qué decirle, Ulises! Me sorprende – se anticipa ella.
- ¿Nunca se había dado cuenta?
- ¡No! – responde Ana María, y agarra el termo y el mate para que el Sabio pueda fumar tranquilo. El hombre agradece y prende un cigarrillo. – Yo me acuerdo perfectamente de la primera vez que la vi. Usted estaba ahí agachada, atándole el tutor al limonero – dice, señalando el árbol repleto de frutos amarillos -. Tenía puesta una camisa a cuadros blanca y roja, un pantalón de lino y el pelo corto, bien rubio, con jopo.
- ¿¡Pero cuánto hace de eso!? – se escandaliza Ana María.
- Diecinueve años.
- ¡Qué memoria, Ulises!
El Sabio se ríe. - Selectiva, Ana María, selectiva. Recién hablé con un diariero que no me acuerdo cómo se llama.
- Roberto. Era amigo de mi marido - dice ella y se acongoja. El Sabio inicia el movimiento para abrazarla pero se arrepiente. - ¿Lo extraña, no? – le pregunta.
Ana María respira profundo. Se seca la nariz con el puño de la camiseta y suspira.– Pasamos muchas cosas juntos. Cada vez que me despierto espero escuchar el tintineo de la hebilla de su cinturón; como cuando se cambiaba para ir al trabajar al Banco. Lo espero un rato largo, hasta que me acuerdo… Tengo que hacer fuerza para levantarme de la cama, Ulises.
El Sabio apaga el cigarrillo en la vereda y levanta la vista del piso. La mirada de Ana María, empapada de lágrimas, permanece viva. – Estás hermosa – le dice, y le acaricia la cara para secarle la mejilla. Ella se refugia en su hombro.
Desde el cielo, caen las primeras gotas. Ana María se suelta del hombro del Sabio y mira la puerta de la verdulería.
- No se vaya, Ana María – le pide el Sabio.
- Ahora no, Ulises. Otro día – dice ella, pero el Sabio no la suelta.
La lluvia empieza a caer tupida. Desde la avenida, sopla una ráfaga de viento que embolsa el pañuelo de Ana María. Con desesperación ella intenta retenerlo pero se le escapa, vuela y deja al descubierto los pocos mechones que le quedaban para tapar el cuero cabelludo. Poco después de la muerte de su hijo, se le había empezado a caer el pelo. Con vergüenza, Ana María se cubre la cara. Tiene las uñas pintadas de rosa. El Sabio la toma con suavidad del mentón y la obliga a mirarlo a los ojos. - La amo desde hace mucho, Ana María. No tiene que ocultarse de mí – le dice y afloja el brazo que le atrapaba la cintura. Ella, aunque triste y avergonzada, le muestra una sonrisa. - Otro día, Ulises. Otro día.

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