Capítulo IV: La renuncia


Dos candelabros de hierro alumbraban el recinto del gran Kur. La mesa era de piedra, gris, cuadrada y orientada según los puntos cardinales de Croetnia: el Bosque, la Cascada, las montañas de Hierro y las montañas de Tierra. Del lado correspondiente a las "montañas de tierra", el suelo fértil, se sentaban los tres Maestros del gremio de Abastecedores (agricultores, ganaderos, pastores, horticultores, etc.); del lado de las montañas de hierro, los tres de los Constructores (mineros, herreros, carpinteros, fraguadores, etc) y del lado de la cascada, los tres de los Creadores (músicos, poetas, inventores, filósofos, etc.) El caso de Parktok, Maestro Jardinero especialista en orquídeas, había suscitado alguna controversia a la hora de nombrarlo miembro. Había muerto Taratz, un Maestro Cantor, y se dudaba si la especialidad de Parktok aplicaba a la familia de los "Creadores". Finalmente, tras concluir que las orquídeas eran un material artístico-vegetal, se le permitió al jardinero ocupar la silla en el Concejo, una silla que lo enfrentaba con la XinoX. Solo un ocupante dominaba el lado de la mesa correlativo al bosque, el Maestro de todas las cosas, el Mayoral. XinoX era parte del Concejo desde hacía más de veinte años, y se había ganado ese espacio con su oficio de fundidor. A él, en gran parte, Croetnia le debía el perfeccionamiento de la orfebrería. Había logrado fundir el hierro hasta convertirlo en una jalea incandescente, sin residuos sólidos, que podía manipularse con facilidad. Con la muerte de un viejo Herrero, XinoX obtuvo un lugar entre los Constructores, y pocos años después, a la muerte del Mayoral, ocupó el sillón reservado al Maestro de todas las cosas. Provenía de una familia tradicional, que se decía, podía remontarse hasta el propio Musal. En la era moderna, doce miembros de esa familia habían ocupado el puesto que ahora ostentaba XinoX.

Las luces de los candelabros oscilaban sobre las caras serias del Concejo. Ocho señores, impávidos, esperaban a que hablaran XinoX  o Parktok, el acusado a quien debían juzgar. Diez cuencos con té de orquídeas humeaban como volcanes solitarios que nadie recogía para no llamar la atención. El Mayoral acarició su barba mullida y carraspeó para despejar la garganta. ¿Hay algo que quieras decir en tu defensa?, le preguntó a Parktok. El jardinero se movió hacia adelante y tomó de la mesa el cuenco de té de orquídeas. Una sonrisa ligera, imperceptible, le trepó desde el estómago cuando lo alcanzó el calor de la infusión. No tengo nada más para decir, y sinceramente, tampoco me interesa defenderme. Ya le he pedido perdón al pueblo, y como ustedes comprenderán, siento que derrocho el tiempo cuando afuera tenemos el testimonio de que todo lo que sostuvimos era mentira, dijo Parktok. El silencio, tenso, se disipó en un colchón de murmullos incómodos. ¡Dos salvajes no hacen motivo para desprestigiar a Musal!, replicó el Mayoral, desencajado y Parktok, indignado, golpeó la mesa con los puños. ¡Sabe muy bien que no estoy hablado de esa leyenda! Acabamos de descubrir que no estamos solos en el mundo, como incomprensiblemente, sosteníamos para administrar la verdad y que la gente no se haga preguntas, gritó Parktok y uno de los Maestro Abastecedores pidió la palabra. Era un hombre anciano, Maestro Poeta, que hablaba con el aplomo de la sabiduría. Escucha, Parktok, lo que dice el Mayoral: "Dos salvajes no hacen motivo para desprestigiar la Historia de Musal", que no es otra cosa que la historia de nuestro pueblo. Es verdad lo que dices, "no estamos solos en el mundo", pero esos dos "hombres", por llamarlos de un modo pretencioso, no se distinguen de los jabalíes u otros animales que a menudo vienen al valle. El pueblo de Musal es otra cosa, es esto que observas alrededor: desarrollo, organización, fecundidad…inteligencia en una palabra. Inteligencia para modificar la naturaleza y no vivir a merced de ella, como los salvajes que llegaron ayer, dijo el anciano y sus compañeros, empezando por el Mayoral, lo escucharon con agrado. Pero Parktok sacudió la cabeza y sonrió. Si se hubiesen tomado el trabajo de estudiarlo, lo sabrían, pero ese hombre no es ningún salvaje. Revisé los pocos jirones que le quedaban de ropa y descubrí un tejido perfecto, suave al tacto pero resistente, inimaginable para nuestros medios, dijo el jardinero y completó: Renuncio ahora mismo, si es mi opción para estar ahí cuando el forastero despierte, pero el Mayoral levantó la mano y lo detuvo. No tienes mi permiso ni el voto del resto del Concejo para renunciar, le impuso, pero Parktok se levantó de la mesa, saludó con cortesía a los comensales y se fue. Como lo hiciera con la multitud, XinoX le exigió "en nombre del Concejo" que regresara, pero como aquella vez, tampoco tuvo éxito. Parktok no regresó, el Mayoral cerró la puerta y volvió a ocupar su asiento en la mesa del Concejo. Estaba rojo de furia y respiraba con agitación. ¡Parktok va a seguir siendo parte de este Concejo, quiera o no!, le exigió a los ocho miembros que restaban. ¡Cueste lo que cueste! subrayó, y los Concejales agacharon la cabeza.

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