Decisión 2011


Tal vez, como nunca antes, en estas elecciones tengamos la oportunidad de que el veredicto de las urnas sopese la balanza del poder. Argentina, desde que existe como nación, sostiene en la cima de la pirámide a las instituciones provenientes de Europa, la Iglesia y el Ejército, y a la criolla Sociedad Rural. Sin embargo ninguna de estas grandes corporaciones, a excepción del ejército cada vez que las circunstancias lo requirieron, gobernaron en primera persona sino que a través de la política. Hombres de su riñón que ocuparon el sillón presidencial para administrar los intereses de la cúpula. Hoy, la Argentina parece sanamente distante de la posibilidad de un gobierno militar, y como no ocurría desde la década del '50 es dirigida por un gobierno popular. Este concepto, gobierno popular, aplicado a la coyuntura de una democracia pareciera redundante, sin embargo no lo es. Mediante la matemática de los votos todo gobierno obtiene la legitimidad del pueblo, pero solo si discute la hegemonía de poder puede llamárselo popular. Cuando se habla de corrupción en la política la referencia no es solo al negociado espurio entre un concejal y un contratista, sino a la corrupción moral del que resigna el bien común a cambio de una suma de dinero. El sistema monetario, con todas sus perversas nervaduras, es la banda de Moebius que articula el ideal conservador. Las entidades financieras, trampa y escondite de la roca del poder, se asocian con el eje "bombachas-botas-sotanas" del ámbito local, y someten al Estado a una serie de operaciones matemáticas según las cuales quedarían debiéndoles de por vida. El pago de la deuda contraída, moral que exige la tradición judeo-cristiana, se convierte en un seguro contra gobiernos indeseables. Las entidades financieras se convierten en un metaestado de potestades extorsivas, con el privilegio de decidir sobre cualquier presupuesto nacional. El poder sigue estando en el mismo lugar, como en los trucos de magia, el Rey de Oros nunca se mueve del centro. Además de estas entidades financieras, el modernismo adjuntó a la maquinaria de poder el amplificador social de la prensa. El núcleo mediático conservador coopera con un servicio invaluable, la manipulación de la opinión pública. El país es tan grande y la política tan compleja, que una evaluación inmediata de las facultades de un gobierno se hace sino imposible, al menos dificultosa. La extensión territorial hace que cualquiera de nosotros pueda ser engañado, una medida gratificante para la Capital Federal puede influir negativamente en la economía formoseña o rionegrina sin que los habitantes de uno u otro espacio logren comprender la razón. Recuerden que muchas políticas las instruyen esas entidades financieras, y no son otra cosa que tasaciones calculadas según leyes propias, agujeros negros que aceptamos por las conjeturas expertas que nos depara la prensa. Además, la comprensión inmediata de la realidad se ve distorsionada por los engaños que sufrimos en el pasado reciente. A principios de los 90', con la era de la Privatización, el progreso y el bienestar económico parecían haber aterrizado para siempre en el suelo nacional. El pueblo amaba a ese presidente revolucionario que jugaba al básquet, al fútbol, al tenis. La prensa lo elogiaba como el gran transformador y no teníamos motivos para descreer de ella, pero pocos años después, la realidad inmediata se impuso a la filtrada por los medios con una tasa de desocupación que obligó a muchos a emigrar a Europa. Cuando la realidad se hace tan patente que cuestiona a la que impone la prensa, el núcleo de poder – beneficiario exclusivo de la era de las privatizaciones -, pone en funcionamiento un mecanismo de escape, inculpa vía prensa a la figura política que es renovada en elecciones, y la rueda continúa girando con ellos en el poder. La cúpula administra el sistema monetario a través de la política y los medios se encargan de regular la opinión pública, así funciona. Sin embargo, la ambición de los grupos de poder fue tan desmesurada, que diez años atrás acabó como una falla de la Matrix.


Ocho años se van a cumplir de este gobierno popular, que en un principio, como todos, fuera apoyado por la prensa. Muy en sus inicios, quien entonces era presidente, obligó a bajar los cuadros de dos empleados del poder que ilustraban el corredor de una de sus casas. Por supuesto no fue bien recibido ese gesto, pero la soberbia, como en épocas recientes y en un ámbito menor les ocurriera a los dirigentes de River, no alertó lo suficiente. "Tres tapas de Clarín voltean un gobierno", era un postulado que se verificaba con una precisión matemática, pero las tres tapas, en este período de gobierno llegaron tarde. Cuatro años después el pueblo volvió a confiar en el proyecto, y el proyecto confió en si mismo. En los inicios de ese nuevo ciclo, las acciones contra la cúpula dejaron de ser simbólicas y se atacó a la SRA con el proyecto de las retenciones móviles. La 125 declaró la guerra abierta. Todas las tapas y los contenidos de los diarios y los canales de noticias cerraron filas al servicio del poder. La 125 se bloqueó, pero distinto de lo que podía pensarse, no se torció la política. En un giro inesperado, se atacaron las bases mismas del poder con un contraargumento mediático sencillo: la explicación racional de la política de ajuste no es otra cosa que una mentira. Se puso en juego un terreno explorado y dominado completamente por el ejercicio del poder, la prensa. La potestad de las "tres tapas" ya no funciona, el golpe militar coyunturalmente es impensable y el pago de la deuda más el afianzamiento de latinoamérica como un solo bloque, aleja de los usureros el control financiero del país. Entonces hoy, como nunca antes, la decisión está en las urnas.

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