Cambiar el mundo



Un intelectual con el alma podrida, puede concebir a la pobreza como el resto matemático que sostiene al Sistema. Un hombre grotesco, dotado de genuina bestialidad, podría pensar que la solución a ese residuo es ignorarlo. Cuando vemos a un humano que pide monedas en la calle y nos parece natural, es que tenemos que empezar a preocuparnos. Cambiar el mundo es la abstracción más grande con la mayor dote de realidad. Todos saben que debería, pero si a alguno le preguntasen "¿En que anda, Don Antonio?" "Acá, cambiando el mundo", lo mínimo que despertaría es risa. Cambiar el mundo es una "utopía", un plan que solo puede elaborar la mente de un loco. No reparan esos maniqueos del poder en que los locos, en general, son los que quieren conquistarlo. Cambiar-el-mundo tiene mala prensa, y además es un proyecto desalentador. El mundo es inmenso, y los que tienen la manija son los dueños de las armas. ¿Qué nos queda más que pasar por locos? 

Cuando empecé la secundaria me mandaron a un colegio privado. Un colegio laico, pero que seguía los principios de la disciplina mormona. Cuando formábamos para saludar a la bandera, la preceptora revisaba que todos tuviéramos las medias azules y el largo del pelo dos dedos por encima del cuello de la camisa. En ese colegio daba clases un profesor de historia, Bernardo. Era alto, de barba muy negra y tupida que se vestía con un traje azul que le quedaba chico. Uno lo veía caminar, y al segundo se daba cuenta de que ese tipo no podía jugar a la pelota. Las piernas se le juntaban al nivel de las rodillas, y todo el tiempo parecía que se iba a tropezar. Era flaco, de extremidades muy largas y un poco jorobado. Entró al aula y se quedó callado, sombríamente acomodó sus cosas en el escritorio, borró del pizarrón lo que había quedado de una clase anterior y sopló el borrador en vez de sacudirlo. Se presentó, tomó lista y explicó el programa del año. Después le hizo un chiste al que estaba sentado en la primera fila, y lo mandó a la secretaría a buscar un planisferio. Cuando volvió, el profesor le agradeció que trajera el mapa, lo desplegó y lo colgó delante del pizarrón con el norte para abajo. Empezaron las miradas, después el murmullo, las risas pero el tipo como si nada, hablaba del australopitecus y las primeras formas de la civilización humana. Uno de mis compañeros, el mismo que había ido a buscar el mapa, se empezó a mover en el pupitre y el profesor le preguntó qué le pasaba.
      - Está al revés – le dijo, y señaló el mapa.
     - Los mapas nunca están al revés – nos respondió el profesor a todos, y antes de seguir con el hombre de las cavernas, nos explicó que al planisferio lo conocíamos así porque quienes lo habían diseñado quisieron que Europa quedase en el centro.
El mismo año que decidí cambiarme de colegio, a este profesor lo echaron. Cambiar el mundo tiene sus riesgos, pero es una decisión.


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