Los modelos de país


Con el resurgimiento de la política, muchos, incluso algunos que mantuvieron la memoria durante los '90, se rasgaron las vestiduras para pedir que no se vuelva a hablar sobre los setenta. Con el argumento de que era un capítulo que debía cerrarse en la historia Argentina quisieron lavar el pasado, pero el pueblo, siempre más sabio en su conjunto que cualquier liderazgo individual, discute por aquello que le preocupa. Los '70 no se cerraron con la llegada de la democracia ni la discusión se acabó con la alegoría de los dos demonios. Ernesto Sábato, padre intelectual de esa teoría que aún hoy – y tal vez más que nunca - se le sigue criticando, puso paños fríos a una disputa que se había empapado de sangre. Argentina había vuelto a votar después de un período violento y él pensó que hacer del sufragio un hábito era la primera prioridad. La idea de los dos demonios no me parece una metáfora feliz, pero le concedo a Sábato que solo pueden tirar el penal afuera aquellos que se animan a patearlo.
Por un lado, no me parece que las dos figuras puedan articularse en un mismo nivel gramatical. Existe una distancia ética insalvable entre luchar por la justicia social y defender la brecha entre las clases. Alimentar la panza de pocos a costa del hambre de muchos no es ideología, es crueldad. Por otro lado, critico la palabra demonio dado que es difícil pensar en el símbolo de todo Mal y no asociarlo con los secuestros, las torturas, los atentados y no arrastrar en esa marejada a las ideas por las que se luchó. La aberrante despolitización de los noventa fue la primera etapa del duelo por los muertos del setenta, pero en ese período, a diferencia de lo que quisieron muchos, no se acabó la discusión. La política hegemónica de esa década fue la cara más salvaje de uno de los dos demonios del setenta, mientras que el otro tuvo que enroscar la cola en el tridente y mirar por la ventana cómo se pulverizaba la justicia popular. En esos términos, es absurdo pretender que se haya dado vuelta una página de la historia. La medida de bajar los cuadros de los genocidas, no hizo más que destapar la olla de un guiso que se seguía cocinando. Los modelos de país, hoy, como hace cuarenta años o como hace doscientos, siguen y seguirán enfrentados hasta que la oligarquía entienda que no es la dueña del país. No me parece creíble el llamado al diálogo que reclamaban durante el conflicto de la 125. A partir, principalmente, de su aparato de prensa han hecho todo tipo de villanías para evitar poner en tela de juicio su caudal de poder. En el punto de desesperación más elevado, ensuciaron la memoria viva al utilizar como plataforma política la noticia de Shoklender, y difamaron a un hombre de prestigio como es el juez Zaffaroni. Recién ahora, si octubre llegase a arrojar el resultado que se entrevió en las primarias, el pueblo empezará a discutir en serio lo que se creía sepultado a mediados del ochenta. Los pañuelos blancos siguen ahí, siempre estuvieron, son el recuerdo que detrás de cada hijo había mucho más que la vileza de un demonio. Esta vez, les guste o no les guste, la oligarquía va a tener que sentarse a discutir y entonces sí, entre todos los argentinos, construiremos el país que siempre quisimos ser pero que nunca nos animamos. 

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