Simplemente, Humano


Un rayo cae a tierra e inicia un incendio.
A diferencia de los demás simios, que a lo sumo pueden servirse del él, el humano intuye que la estocada de luz y la generación del fuego son fenómenos consecutivos. Esa especie frágil, torpe, que huye despavoridamente de los leopardos, tiene la singularidad de "verle los hilos" a la naturaleza. Al principio, los depredadores debieron estar encantados con los humanos. Desde el punto de vista de los leopardos serían como monos que se caían de los árboles. Tal vez ese perjuicio atlético con respecto a sus depredadores, el miedo, haya hecho que algún día los hombres imaginaran tras los hilos la presencia de un titiritero. Los más modernos y conocidos: Yahvé, Dios, Alá, Zeus, pero hubo muchísimos en la historia. Una vez que los humanos fueron tan astutos como para ponerse a salvo de los depredadores y fundar la civilización, se tomaron el tiempo para reflexionar. Hubo quienes pretendieron adorar y quienes pretendieron comprender. Esas dos teorías, que seguramente parecieron tan complementarias entre los primitivos, con el correr de los siglos se convirtieron en rivales. Es difícil determinar cuál de las dos es más nociva, la subjetividad se vuelve objetiva en lo profundo del humano, sin embargo yo hago responsable a la fe y a su hermana la religión, hijas del desarrollo cerebral una y del pulgar oponible la otra, de la violencia, del atraso y de la soberbia de la especie humana.
Demócrito vivía en Grecia cuando en la calle se hablaba de la vía láctea que brillaba en el cielo nocturno. Decían que era la leche que había derramado Hera en la maniobra para evitar amamantar a Heracles. Demócrito, que miraba el mismo cielo pero que pensaba distinto, decía que era un cúmulo de estrellas y que las demás que había en el cielo no eran menos luminosas sino que estaban más lejos. Con un solo argumento había logrado lo que pocos: poner contra las cuerdas tanto a la ciencia como a la religión. En aquella época, la astronomía era la de una bóveda celeste sostenida por el lomo de cuatro tortugas, se pensaba al cielo como un límite. Ese mismo argumento que interpelaba a las dos fuerzas por igual, la ciencia lo discutió hasta Galileo y la religión lo censuró. Esa es la sutil diferencia por la cual pienso al conservadurismo religioso como una gran piedra en el camino del desarrollo humano. Un discurso fundamentado en la superstición no tiene más remedio que combatir para anular. No hay lugar para el debate entre quienes reclaman el saber absoluto; en cambio para la ciencia en el debate está el saber.
Dimos un salto monstruoso en la historia humana, ¿10.000 años entre el cavernícola y Demócrito?, lo cierto es que en la Antigua Grecia ya se veía que la ciencia y la religión transitaban por caminos separados. ¿Qué había pasado en el medio? Había pasado el desarrollo de la lengua escrita, la capacidad del hombre para hacer hablar a Dios. Moisés, con una tablita y diez mandamientos, había logrado lo que hubiera sido el sueño de cientos de miles de cavernícolas, una guía de instrucciones para agradar a Dios. El representante de Su palabra en la tierra obtuvo poder sobre la gente, y el poder una vez que se obtiene no se deja. La ciencia, la capacidad humana de demostrar que la idea de Dios no es necesaria, se convirtió en subversiva desde que un hombre pudo hacerse de la voluntad de Dios; pero como todo régimen incuba en su interior la semilla de su ruina, el movimiento protestante de Calvino y Lutero dio origen al Renacimiento y al desarrollo de las teorías científicas. Desde el siglo XIV que la ciencia avanza sobre la vergüenza de la religión. Cada nuevo descubrimiento es una cachetada a la avaricia de quienes pretendían entorpecer el desarrollo, sin embargo mucho tiempo después de los cavernícolas, de Moisés, de Demócrito, de los renacentistas, todavía existe la iglesia. ¿Por qué? 
¿Por qué todavía tenemos que soportar la opinión de un grupo de gente cuyos argumentos se remontan a la edad de bronce? La iglesia de hoy, aunque parezca mentira, procede de la misma forma que lo hiciera Moisés. La Biblia es un conjunto de siglos lingüísticos impresos en un papel de contraste como cualquier otro libro, pero que ostenta la exclusividad de Dios. De no mediar las franquicias de la fe, cualquier ser humano razonable entendería a la Biblia como una pieza de realismo mágico. 
No sé si aún estarán a tiempo, el desprestigio de las instituciones religiosas es profundo, pero creo que una iglesia de puertas abiertas, sin dogmas, donde los feligreses y los curas compartieran un asado, sería un buen principio de reconciliación. El predicador/sujeto es el futuro de la iglesia, no el payaso que nos quiere hacer creer que adentro de un vaso de vino está la sangre de Dios.

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