Capítulo 10: La Mirada de Tumuk


Era alta, un poco cuadrada y estaba vestida completamente de negro. Su mirada tenía la ausencia de los lentes de contacto verdes y su pelo eran dreadlocks rubios, largos hasta la cintura. Era Claudia, la contactada. Había mucho de curiosidad en conocerla, ¿cómo es alguien que tiene comunicación con seres de otros mundos? Claudia era una persona poco expresiva que no parecía tener noción de los cumplidos, era más bien anti social, pero se reía si algo le causaba gracia. Me sentí un poco estúpido cuando me acerqué a saludarla, como si me estuvieran presentando alguna celebridad. Ella no pareció notarlo, me saludó como una persona cualquiera saluda a otra persona cualquiera. Estábamos en el bar de la techada, un salón muy grande con mesitas de madera lustrada y varias mesas de pool. Nos sentamos lejos de la ventana y de la barra, no había muchas mesas ocupadas pero igualmente queríamos intimidad. La tarde fría y nublada había quedado atrás y debajo del tinglado de la calle, en el bar la luz era tenue, el café livianito y las medialunas pegoteadas de almíbar. En el camping, todavía no habíamos armado los bolsos para la vuelta que era el día posterior. Esa tarde, cuando se convirtiera en noche, sería la última de nuestra experiencia en Capilla. Por la mañana caminaríamos hasta la terminal y tomaríamos el micro a Retiro, la vuelta a la cotidianeidad, pero todavía respirábamos el aire de Punilla y estábamos sentados en la mesa de un bar con una contactada.
La primera pregunta que se nos ocurrió, un poco para romper el hielo otro poco por genuina curiosidad, fue cómo los escuchaba.
- Como si fuera una radio – respondió Claudia.
La noche posterior al primer contacto le habían implantado en el oído un modulador que hacía que la voz de Tumuk, se escuchara con la claridad de una locución radial. Había sido una intervención de la que ella recordaba apenas la nebulosa de un sueño o de una borrachera. Más sensaciones que imágenes guardaba de la operación, pero a partir de ese día escuchaba la voz de Tumuk con la claridad que escuchaba nuestras preguntas. Zanjada la cuestión técnica, el propósito de nuestra siguiente pregunta fue la parte formal; le preguntamos por el idioma.
- Aprenden rápido, pero les cuestan algunas cosas – respondió Claudia.
Las respuestas de la contactada eran siempre así, su marido las profundizaba. Aprender cualquier idioma o dialecto de los que se hablaban en la Tierra, era para los Muchachos lo mismo que para un adulto medio distinguir las vocales de las consonantes; lo que les costaba era el aspecto gramatical. La raza de Tumuk había nacido al mundo en épocas muy pretéritas desde el punto de vista humano. Los Muchachos compartían la misma suerte que la Tierra en cuanto a la cuarentena dictada por los "Altos", cómo llamaba Tumuk a la corte que juzgaba a Lucifer; solo que antes, durante mucho tiempo y desde el inicio de su civilización, habían gozado del padrinazgo de un Soberano. Nuestra concepción del tiempo como una línea recta era absurda para una raza que había bebido de la fuente de la sabiduría, por lo tanto los tiempos de verbo, aunque los conjugaban a la perfección, carecían de sentido para ellos.
- ¿Entonces no existen los viajes en el tiempo? – preguntó uno de nosotros, decepcionado.
- Tumuk te respondería que "todos los viajes son en el tiempo" – dijo Mike y se encogió de hombros, como lo haría el extraterrestre.
Muchas cosas que desearían explicarnos – ampliaba Mike -, no pueden hacerlo debido a nuestra matriz gramatical. Conceptos tan básicos como las dimensiones paralelas o lo que nosotros llamamos "agujeros negros" podrían explicarse en un puñado de palabras, solo que nunca entenderíamos el orden ni el sentido de la oración. Tumuk, a veces se dejaba vencer por la impotencia cuando se interponía ese cerco gramatical, pero por lo general era un extraterrestre muy paciente. Sentía una sincera admiración por esa flor silvestre de la campiña universal, que a pesar de todo se había abierto camino en el mundo del conocimiento. Aunque no podía obviar la tozudez de nuestra raza marginal y primitiva, abrigaba un sentimiento respecto de los humanos.
- ¿Ahora lo estás escuchando? – le preguntó uno de mis amigos a Claudia, y ella asintió con la cabeza de manera natural.
Nos quedamos callados, la idea de ser siete en una mesa donde se ocupaban seis sillas era inquietante. Uno de mis amigos, que más tarde le preguntaría por la existencia del Yeti, en esa merienda de bar inauguró ese camino pero por una vía menos embarazosa. Le preguntó quiénes eran los constructores de las pirámides. Claudia y Mike sonrieron, esa había sido una de sus primeras preguntas cuando tiempo atrás, iniciaron el contacto con Tumuk.
- Se sorprendió cuando le preguntamos eso - dijo Mike.
Una de las grandes sorpresas que nos llevamos de los Muchachos fue que, distinto a la uniformidad que se presentaba en las películas, los extraterrestres eran todos distintos. Tumuk medía casi tres metros, una altitud inusual incluso para los suyos, y tenía sus órbitas celestes un poco distantes sobre el plano de la cara. Además, en lo intelectual era sereno, sobrio pero de opiniones críticas. Sobre las pirámides pensaba, con cierto tono de ironía, que esa disciplina impracticable en otros rincones del Universo a la que llamamos "Historia", era uno de nuestros baluartes más preciados, una de nuestras riquezas más deliciosas, y sin embargo, a pesar de la pila de pruebas en favor de la ingeniería humana de las pirámides, nos costaba asumir que las habíamos hecho nosotros. La contradicción interna de la raza humana era una constante que observaba Tumuk en cada una de nuestras experiencias. No entendía, por ejemplo, que el mismo horror que sentíamos ante los guetos no lo sintiéramos en un zoológico.
Mike hablaba con soltura y hacía del relato un cuento. Gozaba de la "facilidad de palabras" de los buenos vendedores y saltaba de un tema al otro con conectores sutiles, casi invisibles. Claudia, mientras su marido hablaba, comía medialunas. La contactada parecía ajena, letárgica de algún modo, distante de la conversación, del bar…un poco de la vida. Interrumpió a su esposo para decirnos que 20.16 vayamos al cerro que iba a pasar Tumuk con una nave, y mojó la medialuna en el café. Mike no consultaba con ella a la hora de responder las preguntas que le hacíamos, pero pidió su autorización (la de Tumuk) cuando uno de mis amigos le preguntó por su personaje predilecto: Jesucristo. Los rasgos simpáticos de Mike se endurecieron y miró a Claudia, que se limpiaba de la boca el almíbar de las medialunas.
- Si, está todo bien – respondió la contactada.
Según el relato oficial, el que narraba ese libro que Mike nos había recomendado, Jesucristo era, junto a otros "enviados", parte de una embajada de los "Altos" para menguar los efectos de la cuarentena. Tumuk, por el contrario, pensaba que era humano, que la embajada de los Altos era un argumento ficticio para torcer la voluntad de los letrados que juzgaban a Lucifer. Él pensaba que como la prohibición de comer cerdo en los judíos era un prototipo de la medicina, la acción de Jesucristo era un rudimento de la política. Era difícil imaginar cuánto había influido el contacto de Tumuk con nuestra humanidad a la hora de evaluar sus opiniones, pero conocer un pueblo inteligente sin el visto bueno de los Altos, era para él un descubrimiento semejante a que pudiéramos recrear las condiciones del Big Bang. Nuestro simiesco modo de interpretar el mundo, era la piedra fundamental de la genealogía universal para Tumuk. La idea de Dios era la respuesta autodidacta de nuestro pueblo, así cuando mucho judíos murieron de triquinosis a alguien se le ocurrió que comer cerdo era un castigo de Dios, cuando un líder asumió la resistencia política de un pueblo doblemente sometido, pensaron que era su hijo. Así era el desarrollo humano – pensaba Tumuk -, como si en algún lugar existiera el reconocimiento de los Altos.
- ¿Y qué piensan los Altos de nosotros? – le pregunté a Claudia.
- No sabe – respondió la contactada por Tumuk.
Era traumático que un ser al que podríamos confundir con Dios no supiera algo, pero la esfera de los Altos era lejana incluso para Tumuk. Sin embargo Mike, que pareció intuir el sentido último de la pregunta, nos dijo que éramos molestos para los Altos, no como raza sino como existencia. Después de pedir permiso, nos comentó en voz baja que muchos habían cuestionado el valor de los Altos al ver que pululaba la inteligencia sin su intervención, pero que de cualquier manera estábamos "fuera de peligro". Los grises habían deseado atacar nuestro planeta como una forma de herir a sus enemigos blancos por la "puerta de atrás", pero hoy, si bien solían secuestrar cada tanto algún terrestre, en tanto especie estábamos salvaguardada por la estrategia de la defensa de Lucifer. Habíamos tenido suerte, dijo Mike con una sonrisa.
El asfalto gris de la techada no nos permitía reconocer la longevidad de la tarde. Habíamos perdido la cuenta del tiempo escuchando hablar a Mike, e imaginando al séptimo sentado en la mesa, alejado un poco por sus tres metros de altura y su fluorescencia de energía en un cuerpo sin volumen.
- Che, son más de las siete – dijo uno de mis amigos, y Mike pidió la cuenta.
Nos saludamos como amigos de toda la vida, prometimos volver y le agradecimos la atención a Tumuk y a todos los Muchachos. Claudia nos dijo "Saludos", pero el que hablaba era Él. Volvimos al camping, y en el camino se nos ocurrieron decenas de preguntas. Con la solemnidad del juramento, llegamos a la conclusión que algún día teníamos que volver. No ingresamos al camping, sino que pasamos de largo directamente hacia el punto de encuentro. Era una noche fría pero el cielo se había despejado, y como todos los días anteriores éramos cuatro almas solitarias rodeadas por los cuacs. Uno de mis amigos, que había adquirido la habilidad de imitar sus voces, estabecía conversaciones con las almas en pena. ¡Cuac! – decía mi amigo - ¡Cuac! – le respondían los fantasmas.
- Te vas a hacer mierda la garganta – le recomendó uno de nosotros, pero cada tanto lo volvía a hacer.
- Yo tengo 20:16 – dijo el tercero de mis amigos, y todos recordamos el embuste del Expreso de Aarón.
- Yo tengo y catorce.
- Yo también.
- Yo, y quince.
Los cuatro mirábamos los relojes, y cuando en el digital del que tenía y quince se sumó un fragmento en el 5 que lo convirtió en 16, en el pico más alto del Uritorco se encendió la luz blanca de una nave extraterrestre. Creo que en el fondo hubiéramos deseado que eso no pasara nunca, pero pasó exactamente a las 20:16.

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