Cobi, un cuento infantil


A Cobi lo despertaron los chillidos de su mamá que lo arriaba por el hueco de la madriguera. Los hermanos eran muchos, incluso para la media elevada de los ratones de campo. A Cobi le tocó salir en mitad del pelotón, y fue como nadar en un rio de piel y pelusa. La luz directa le hizo doler, era la primera vez que veía el sol y sus ojos tardaron en acostumbrarse. Mamá corría adelante, ligera, y aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, Cobi no podía alcanzarla. El suelo no era firme como en la madriguera y cada vez que quería afirmarse se hundía. Para no separarse del grupo estaba atento a los chillidos de sus hermanos, que algunos mejor otros peor, luchaban como él para adaptarse. Pero así se iba acostumbrando, en el corazón de Cobi crecía una sensación. Se dio cuenta que una vez que dominara su cuerpo, esas patitas débiles podían llevarlo adonde quisiera. Cobi se sintió el ratoncito más afortunado del mundo cuando conoció la libertad. Corrió con más ganas, imitó los saltitos de su mamá y sus ojos empezaron a reconocer el terreno; pero de pronto el suelo se movió e hizo que perdiera la estabilidad y se cayera. Antes de recuperar la horizontal – cosa que para un ratón de campo es cuestión de un segundo -, escuchó a su mamá chillar como el infierno y la vio correr hacia la madriguera. El suelo se había convertido en un tambor en el que rebotaba Cobi. "¡Bum, bum, bum, bum, bum!" Su motorcito del pecho golpeaba como nunca mientras jineteaba el suelo para salvar su vida. Cobi fue el último en entrar, y por eso fue el único que vio a los elefantes.
"Mucho tiempo atrás, los bosques, las llanuras, los valles, las montañas, todo nos pertenecía. Si queríamos dormir en el campo, lo hacíamos; si queríamos comer bajo un árbol, lo hacíamos. Pero un día llegaron los elefantes…". El que hablaba era un ratón viejo, con canas en las orejas y en la nariz. Cobi, que ya era un ratón fuerte y de pelo oscuro, lo escuchaba junto a otro centenar de hermanos, amigos y conocidos. "Se cuenta que era una mañana como la de hoy, nublada y fría, el día que los ratones y los elefantes se encontraron por primera vez. Los nuestros pensaron que como el resto de los animales estos también los esquivarían; pero aparentemente ni los vieron". Antes de que una camada cumpliera la mayoría de edad, un abuelo les contaba la leyenda del "Día de los Caídos". "Si alguna vez sienten que la tierra se mueve, corran", decía el viejo y arrugaba el hocico para que les quedara grabado el consejo. Todos los ratones le tenían terror a los elefantes, pero Cobi, que era de los pocos que alguna vez los había visto, decía que los viejos exageraban. "Es mentira que son tan altos como los árboles y tan pesados como las rocas", decía Cobi, pero los jóvenes no lo escuchaban y los viejos lo reprendían. Sin embargo no se daba por vencido. Ahora que dominaba su cuerpo, no quería cederle al miedo la libertad. No tenía una estrategia definida, pero intentaba convencer a los jóvenes de enfrentar a los elefantes. Poco a poco, los ratones ancianos lo fueron separando del grupo. Empezó a dormir solo, a comer solo y lo que es más difícil, a sobrevivir solo. Cuando cumplió la mayoría de edad, las hembras lo rechazaron. El sentido de la vida para un ratón de campo se le escapaba a Cobi como la tierra entre los dedos. Pero una mañana salió a comer y se mantuvo cerca de sus hermanos. Era preferible soportar la indiferencia que exponerse a los búhos. Con ojos atentos, relevó el horizonte de pasto y arrugó la nariz para sentir en el aire el aroma de las semillas. Cobi tenía hambre, y veía con resentimiento a sus hermanos que escarbaban en la zona fértil. Se estaban dando una panzada, pero de pronto, como aquel día que Cobi viera por primera vez el sol, el piso se convirtió en un tambor. Todos los ratones que estaban almorzando huyeron en estampida hacia las madrigueras, pero Cobi se quedó y estiró el cuello para mirar hacia adelante. En la escala de valores de un ratón de campo nada hay por encima del horror a los elefantes, por eso todos olvidaron las rencillas y lo llamaron a Cobi para que se refugiara en la madriguera. Pero Cobi se alejó unos saltitos, escaló a la cima de una piedra y desde ese chichón del suelo esperó la llegada de los elefantes. En la entrada de la madriguera, sus hermanos corrían de acá para allá y de allá para acá atados a la soga del instinto. El piso vibraba como un terremoto, pero para Cobi los parámetros de la supervivencia habían cambiado. 
Los elefantes tenían narices deformes que arrastraban por el suelo y la piel de tierra con el pasto crecido en la cabeza. El movimiento sísmico que provocaban sus pasos, obligaba a Cobi a aferrarse con las uñas a la piedra. ¡Bum, bum, bum! – recordó Cobi el sonido -, y cuando los vio de cerca, comprendió que los había subestimado. No eran tan altos como los árboles, pero si lo suficiente como para no ver a un ratón. El instinto de supervivencia lo tentó con el deseo de huída - estaba a tiempo, era más rápido -; pero del otro lado lo esperaba la vida de un ratón excluido y lo inspiraba el deseo de libertad. Cobi largó el chillido más agudo que se recuerde en la historia de los ratones de campo y el elefante mayor bajó la vista hacia la piedra. La responsable del chillido era una manchita no mayor que la pupila de su ojo, pero que se movía de una forma repulsiva. Desde la madriguera, los hermanos, amigos y conocidos de Cobi vieron como los elefantes se dieron vuelta y empezaron a correr del susto. Salieron a abrazar a Cobi, y no regresaron a la madriguera hasta que se cansaron de festejar. Desde entonces, los elefantes les tienen miedo a los ratones y estos caminan libres por todos los campos del mundo. Los viejos les cuentan a los jóvenes la "leyenda de Cobi" y afirman que para obtener la libertad alcanza con proponérselo.

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