Capítulo 8: Duerme o Muere


Cecilia B. se quedó el fin de semana en Capilla. Era una preceptora de secundaria en Villa Urquiza, que escondía entre las tizas y las amonestaciones su deseo de que el mundo fuese otro, que existiera algo más que lo concreto. En el camping, cuando a la caída del sol se entremezclaba el Cerro con la noche, abría sus ojos pardos y se frotaba las manos como una nena que espera una golosina. Tenía un sentimiento respecto de los ovnis, algo cercano a la fe. Cuando apareció una luz en el Cerro se levantó de la silla como si fuera la primera vez que veía una nave.
- ¡Hola! – los saludó, y nos miró a nosotros como si se avergonzara de lo que acababa de hacer.
Hacía algunas temporadas que visitaba Capilla, siempre con ese espíritu inocente de la primera vez. A todos nos provocaba algo ver esas luces en la montaña, en el cielo, pero ninguno como ella para expresarlo. La voz se le convertía en un canto cuando hablaba de la belleza del juego de luces, a veces blancas a veces ámbar, que se movían en la altitud. Aquella fue una noche atípica. A pesar del frío nos trasladamos hasta el punto de encuentro y en la oscuridad las naves brillaban como cirios. Por la abertura de mi pasamontaña se colaba el estupor de algo inexplicable aunque tan simple como una luz. Cecilia B. no lo veía de esa forma y se le llenaban los ojos de lágrimas. Esa noche el Uritorco fue un show, aparecía una luz en el pico más bajo, otra en el mayor, otra en la base; se desplazaban, cambiaban de color, se encendían y se apagaban. La noche fría pero apacible, nos invitó a quedarnos y nos fuimos a dormir muy tarde. Al mediodía, Cecilia B y Aarón desayunaban con mis amigos en un clima de bienestar. Comimos todos juntos, y hasta el atardecer que despedimos a Cecilia B. jugamos a las cartas, al ajedrez, tomamos mate y nos reímos con las anécdotas del camping que contaba Aarón. Cecilia B. se despidió en la entrada, les dejó saludos a Mike y a Claudia y uno de nosotros anotó su teléfono para encontrarnos en Buenos aires. Aarón la acompañó hasta la terminal y nos avisó que esa noche no volvería. Teníamos todo el camping para nosotros. El atardecer se fue en silencio, con un resplandor naranja que rebotó en las rocas del cerro antes de que lo cubriera la oscuridad.
- ¡Este pelotudo de Nerón se olvidó de la bombita! – dijo uno de mis amigos.
Aarón ya había obtenido su apodo fonético (Leroy era otro) y reconocíamos como Mike, que no era atento en el cuidado del camping. La puerta de la casa estaba cerrada, y no había otro lugar donde conectar el alargue. Hicimos un fuego que bien merecería el nombre de hoguera para iluminar las sombras de la noche, y poder vernos las caras sin necesidad de las linternas. Como una herradura alrededor del fuego, los cuatro nos sentamos de frente al cerro como si estuviéramos en un teatro.
- Está noche se materializa alguna – apostó uno de mis amigos, que encendía un cigarrillo con una rama del fogón.
Era una expresión de deseo, pero también una declaración de principios. El silencio era tal que permitía imaginar que éramos los únicos despiertos en Capilla. La noche anterior había sido tal el desparpajo de los ovnis, que los cuatro intuíamos que algo podía pasar, que las condiciones estaban dadas para una prueba irrefutable. Sentíamos con la fuerza de la intuición que habíamos quedado solos por un motivo. Una luz, tímida, se encendió en la cima del Uritorco, en el mismo lugar que la vimos por primera vez.
- ¡Empezó! – dijo uno de mis amigos, e hizo con su linterna las cuatro luces cortas y la quinta prolongada, como nos había enseñado Mike que teníamos que comunicarnos con los Muchachos. La nave respondió con un guiño, como los autos que cruzan una bocacalle oscura. Nos quedamos sin respiración; el que estaba fumando nunca largó el humo.
- Groso… - comentó el que comandaba la linterna y volvió a hacer la señal de luces.
Pero esta vez no hubo respuesta. Como en una lenta agonía, la nave se fue apagando hasta desaparecer en la oscuridad del Cerro. Mi amigo lo intentó varias veces más, todas ellas en vano. Con algo de decepción pero sin que se resintiera la esperanza, preparamos café para combatir el frío y la impaciencia. En el fondo del jarro se había creado un limo de café quemado que lo haría inservible para otro uso que no fuera ese café de camping, pensaba mientras le metía cuatro cucharadas soperas al agua hirviendo. Mientras tanto, dos de mis amigos fueron hasta el punto de encuentro.
- Nada, che – dijo uno de ellos cuando volvieron.
Intentamos otra vez con señales lumínicas contra el mutismo del Cerro. La noche que amenazaba con ser mágica, se apagaba como una estrella fugaz. Sobre las gemelas, casi en el mismo lugar en el que habían aparecido aquellas dos luces blancas, uno de mis amigos divisó una pequeña luz roja que se trasladaba por el cielo.
- Es un avión – opiné yo, y me mojé los labios en la amargura del café.
Habíamos adquirido cierta experiencia en la observación del cielo nocturno. Muchas luces sospechosas - la mayoría en verdad -, pertenecen a satélites, basura espacial o aviones. Estos últimos, como bien se sabe, tienen la particularidad de surcar siempre las mismas rutas y destellar con una luz blanca y otra fija de color rojo. Paralelo a las gemelas transitaba una de esas rutas y era normal que viéramos destellos y luces de avión. Aquella noche, le respondí a mi amigo sin detenerme a mirar.
- Eso no es un avión – insistió él, y los tres giramos la cabeza. La luz roja que circulaba a una velocidad crucero de avión por el camino que suelen tomar los aviones, de pronto se detuvo.
- Un avión no hace eso – dijo mi amigo, que acreditaba una licencia de piloto de planeador.
Todo cambió de un momento para el otro. La noche serena se estremeció con una ráfaga de viento que aplastó las llamas de la hoguera y los cuacs surgieron en bandada y sobrevolaron el camping como los kamikazes de la segunda guerra. Las llamas del fogón, ahora avivadas por el viento cruzado, nos obligaron a echarnos para atrás. Esa luz roja, estática en el cielo, comenzó a moverse en dirección contraria de donde había venido y se hizo más grande, más intensa. Era el rojo de la luz de los semáforos. El silencio se había disturbado por el zumbido del viento y los gritos de los cuacs, sin embargo escuchamos el sonido de unos pasos que se acercaban sobre las ramitas frágiles de la gramilla. Dos de mis amigos apuntaron con la linterna, cada uno para un lugar distinto.
- Sonó allá – agregó el tercero, en coincidencia con una de las opciones. El haz de la linterna no mostraba más que los arbustos arrebatados por el viento, pero detrás nuestro, y esta vez lo cuatro coincidimos, se quebró otra rama a la escuchamos ceder con un crujido de silla vieja antes de partirse.
- Deben ser las vacas del vecino – dije yo para distraer el miedo, pero ni mi voz ni la presencia efectiva de una vaca me ayudaron.
Espalda contra espalda, estábamos los cuatro a la merced del monte. Las linternas no mostraban el sustento de los pasos que oíamos y los cuacs revoloteaban como almas carroñeras. Sin romper la formación retrocedimos y nos metimos en la carpa; no era la mejor idea, pero era la única opción. No buscábamos refugio en las paredes de tela, sino en el olvido del sueño. Habíamos estado muchos días durmiendo poco, y sabíamos que en un momento de calma lo podríamos llegar a conciliar. Esa noche no hubo Dios-Hormiga, la linterna no colgaba del parante y no solo para que la luz no atrajera especies, sino porque temíamos que el viento la tirara. También eso pensamos de la carpa que se embolsaba y se aplastaba a merced de un viento inverosímil. Yo, que sufro de insomnio, cerraba los ojos para que se acabara la pesadilla, pero cada vez que mis pensamientos comenzaban a habitar el escenario del sueño, eran los cuacs, los pasos o las ráfagas de vientos quienes me volvían al calvario de la vigilia. Lo último que recuerdo fue mi mano junto a la de uno de mis amigos, sosteniendo el parante de la carpa para evitar que se derrumbara.

1 comentario:

  1. recuerdo ese dia que me desperte temprano y fuimos con cecilia b, mike, caludia a un campo a unos kilometros de capilla, fue la primera y unica vez q vi un ovni de dia, tambien recuerdo haber ido con rc al pueblo en busqueda de comida y regresar por ese camino tetrico de noche, muy comico fue despertarme y comprobar q estabas aferrado al parante de la carpa, viento raro, no habia nubes, soplaba en diferentes direcciones, raro siempre todo en capilla es muy raro..
    sh

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